1.No tiene miedo en acercarse a los más alejados. Con el “no” ya cuenta. Ha de estar dispuesto a nuevas caras, nuevas conquistas por el reino. La intrepidez ayuda. La pereza frena.
2.Ha de sonreír aunque, por dentro, esté llorando. El mérito de una persona no está en nadar cuando las aguas son favorables sino, incluso, cuando ha de ir contracorriente.
3.Se muestra sin tapujos. Ofrece lo que posee. No es cuestión de ser simpáticos sino en nombre de Aquel que hemos sido consagrados, dar lo que llevamos: el Evangelio.