jueves, 19 de septiembre de 2013

PASTORAL Y DIRECCIÓN ESPIRITUAL. Artículo de D. Jesús Higueras

"Creo que tendríamos que concretar mucho, concretar mis horas de confesionario, concretar si soy capaz de invitar a la gente a que vuelva, si soy capaz de proponer metas, si quiero ser un agente de santidad, no tener miedo a ayudar a las personas que viven en situaciones difíciles, que viven en situaciones irregulares..."
 
 
Incluimos aquí una interesante intervención de D. Jesús Higueras, Párroco de Santa María de Caná, de Madrid, durante las jornadas Diálogos de Teología 2011, organizadas por la Biblioteca sacerdotal Almudí y la Facultad de Teología de Valencia sobre la pastoral y la dirección espiritual del sacerdote.

* * *
 
      Quisiera compartir con vosotros, más que nada, una experiencia personal, una experiencia pastoral de toda mi vida sacerdotal, que excepto estos últimos años en los que he estado en el seminario de Madrid como director espiritual, siempre he tenido en la parroquia; primero en un barrio del cinturón de Madrid: San Blas; después, en un pueblo de la sierra cerca de El Escorial, y los últimos quince años en Pozuelo de Alarcón, en la parroquia de Santa María de Caná.
 
      A mí me parece que la parroquia es el espacio privilegiado para vivir la dirección espiritual, para proponer la dirección espiritual y para que el pueblo de Dios, que es de donde el día de mañana salen todas las vocaciones, pueda vibrar y entusiasmarse.
 
      Yo quisiera empezar con unas palabras de Benedicto XVI, que creo que todos conocéis, en el famoso discurso último a la curia romana del 20 de diciembre del 2010. Un discurso muy fuerte en el que el Papa hablaba a los sacerdotes muy claramente. Dice lo siguiente:
 
      «En nosotros sacerdotes y en los laicos, precisamente en los jóvenes, se ha renovado la convicción del don que representa el sacerdocio de la Iglesia Católica que el Señor nos ha confiado. Nos hemos dado cuenta nuevamente de lo bello que es que los seres humanos tengan la facultad de pronunciar en nombre de Dios, y con pleno poder, la palabra del perdón. Y así, puedan cambiar el mundo, la vida. Qué hermoso es que seres humanos estén autorizados a pronunciar las palabras de la consagración, con las que el Señor atrae así una parte del mundo, transformándola en sustancia suya en un determinado lugar». Continúa el Papa: «Qué bello poder estar con la fuerza del Señor cerca de los hombres, en sus gozos y desventuras, en los momentos importantes y en aquellos oscuros de la vida. Qué bello tener como cometido en la propia existencia, no esto o aquello, sino sencillamente, el ser mismo del hombre para ayudarlo a que se abra a Dios y sea vivido a partir de Dios».
 
      Creo que es una de las definiciones más bonitas de la dirección espiritual que se pueden hacer en lo que es el lenguaje magisterial. Porque fijaos que da como tres puntos: «Estar cerca de los hombres en sus gozos y desventuras, en los momentos importantes y oscuros de la vida», como primera idea; esa cercanía del pastor, que efectivamente en la parroquia podemos vivir de un modo más claro.
 
      En segundo lugar, que el sentido de nuestra vida sea el mismo hombre, el mismo ser humano, porque el ser humano es una posibilidad de apertura a Dios, y que la historia del ser humano sea vivida a partir de esa identidad, esa posibilidad de Dios. Y por eso creo que todos nosotros somos muy conscientes de que para que ese hombre pueda encontrarse con Dios, dispone en primer lugar de la propia conciencia, pero también de la ayuda externa, de la mediación humana, de los instrumentos humanos que somos nosotros, que en principio somos los sacerdotes. No quiero decir que los sacerdotes seamos los únicos en la Iglesia que podamos llevar una dirección espiritual, pero, sin duda ninguna, cuando recibimos el Sacramento del Orden recibimos los Siete dones del Espíritu Santo, y uno de los dones es el don de consejo. Y mediante este don nosotros somos capaces, siendo instrumentos siempre de Dios, de aportar, de iluminar, de fortalecer, de acompañar a nuestros feligreses, al pueblo de Dios.
 
      Y por ello, dicho esto, que es digamos como lo más teórico, voy a bajar a lo concreto, a lo práctico: qué es lo que en estos veintiún años de convivencia de parroquia y en estos tres lugares en los que he podido desarrollar el ministerio, a mí personalmente, como hermano vuestro sacerdote, me ha ayudado a vivir la dirección espiritual y a practicarla con frutos, creo que positivos, con la misericordia de Dios.
 
      En primer lugar, como una cosa muy evidente, el sacerdote es el señor que siempre está disponible para los demás, es el hombre de todos y para todos. Para eso, nos hace falta una cosa que no sé si la tenemos muy clara, que es estarnos muy quietecitos en nuestra parroquia. A los primeros cristianos los mataban los leones, a los cristianos actuales, las reuniones. Porque es verdad que estamos todo el día reunidos en el nombre del Señor, en el nombre del no sé cuántos, en el nombre de no sé qué. Y efectivamente, esto es una cosa que es práctica, que es necesaria, pero sin querer podemos no estar nunca disponibles en la parroquia.
 
      Sin embargo, qué bueno es y qué importante es, que los feligreses sepan a qué hora estamos, cuándo rezamos, en qué momento celebramos la Santa Misa. No simplemente en el despacho parroquial haciendo trámites: que si hay que hacer un expediente matrimonial, o si hay que hacer unas amonestaciones, o imprimir una partida de Bautismo, o apuntar un funeral, que para estas cosas las puedes hacer tú o casi que las pueden hacer otros. Ese estar a disposición de los demás, es un querer entrar en la persona que te viene a la parroquia. A lo mejor, efectivamente, con el motivo de un expediente matrimonial, o con motivo de un funeral, o con motivo de un Bautismo. Que lo sientas, que le preguntes qué tal estás, cómo te encuentras, qué ilusión, enhorabuena. Y das pie a una conversación de la que somos capaces, porque la gente a un sacerdote le sigue gustando contarle su intimidad.
 
      Es curioso, decía hace poco don Ricardo Blázquez en un discurso bellísimo, que una de las patologías más importantes de nuestro tiempo es la soledad del ser humano. Estamos en la época de la comunicación, pero la gente está muy sola. Y la gente no sabe con quién compartir su intimidad así. Vamos a los psiquiatras, vamos a los psicólogos y nos cobran setenta u ochenta euros, cuando nos hemos olvidado de que realmente hay personas que tienen el don del Espíritu Santo, ese don precioso de Consejo, para poder, con cariño, con respeto, con asombro y con delicadeza, asomarse a la intimidad de los demás, los sacerdotes.
 
      Y por eso, una parroquia ata mucho, porque hay que estar. Evidentemente hay reuniones ineludibles, como es lógico. Pero el resto del tiempo, nosotros tenemos que estar a esa disposición, teniendo una agenda con unos horarios fijos, tanto de confesionario como de poder estar recibiendo a las personas con las que después quedamos para poder vivir, dentro de la comunidad parroquial, una dirección espiritual.
 
      Si no es en las parroquias donde ofrecemos esto… Hombre, la Iglesia es muy plural, no somos los únicos ni tenemos la exclusiva. Pero a mí me gustaría lanzar un reto que creo que lo tenemos todos muy claro: ¿Por qué no recuperar que nuestras parroquias sean de verdad auténticos centros de espiritualidad, lugares en los que no nos limitemos a administrar sacramentos y a realizar trámites, que no es poco?
 
      Cuando el Cardenal de Madrid me envió a hacer una parroquia nueva en Pozuelo de Alarcón, yo me preguntaba una cosa: la Iglesia tiene una riqueza grandísima de carismas, de movimientos, de instituciones, de realidades eclesiales donde hay mucha vida; ¿por qué la gente va con tanto gusto a estas cosas, y a lo mejor, en las parroquias, no vienen o no se vinculan o se fidelizan tanto como lo hacen allí? ¿Qué ofertas estamos haciendo en nuestras parroquias? ¿Qué ofrecemos? El atractivo de la belleza de Cristo, por supuesto. Pero tal vez lo que nos falte es ese vivir nuestra dimensión de ser pastores, ofreciendo también una atención muy personalizada, un cuerpo a cuerpo, un cara a cara, un corazón a corazón.
 
      Por eso creo que nosotros —cuando somos enviados por el mismo Cristo, por medio del obispo, a una comunidad parroquial—, nosotros —porque creemos en la santidad sacerdotal—, creemos también en la santidad de los seglares. Proponer la santidad a todo el Pueblo de Dios. Y esa santidad no es ni más ni menos que intentar, con nuestras limitaciones y con nuestras pobrezas, ser instrumentos de la gracia, acompañando a los laicos a llegar al extremo del Amor. Siendo nosotros muy pobres, siendo nosotros muchas veces los sanadores heridos.
 
      Muchas veces la gente, cuando viene a confesarse o a la dirección espiritual, nos da mil vueltas de santidad, de coherencia, de valentía. Y sin embargo, el Señor ha querido utilizar instrumentos pobres, como somos los sacerdotes, porque creemos en la santidad, no como la esencia de la pluscuamperfección, donde todo lo tengo que hacer bien. Yo soy muy pobre, pero el Señor me ha puesto aquí, porque la Iglesia me ha enviado para que yo invite, para que yo convenza de que la santidad es el único camino hoy en día para el seguimiento de Cristo y para la coherencia.
 
      Por eso, cuando nosotros nos proponemos en nuestras parroquias invitar a la gente a vivir una dirección espiritual, también deberíamos revisar, si queremos ser honestos, cómo estamos viviendo los curas la dirección espiritual. Esto es bastante, como de perogrullo, pero también es muy importante. No, yo voy a ver al cura nosecuántos una vez al mes, o yo voy a ver al padre topete, que es con el primero que me topo, es decir, hoy con uno, mañana con otro, pasado con otro y al final no tengo a alguien, siendo yo pastor, que me acompañe.
 
      Queridos hermanos sacerdotes, a veces estamos muy solos, a veces lo pasamos muy mal, pasamos malos tragos, pasamos amarguras. Y tener un hermano mayor, tener un director espiritual que me conoce, que sabe de mis fragilidades, que sabe de mis debilidades, que me alienta, que no me juzga... Yo no digo que sea importante, yo digo que es esencial e imprescindible para, hoy en día, vivir un ministerio sacerdotal como creo que el corazón de Cristo quiere. Como creo que nuestra Iglesia Madre nos pide. Y por tanto, creo que es un ejercicio de honestidad, que revisemos hasta qué punto nosotros somos sujetos pacientes y no sólo agentes de la dirección espiritual. Si la vivo con fidelidad, con frecuencia, con claridad, con profundidad y docilidad.
 
      Hemos escuchado en la anterior conferencia la importancia de la dirección espiritual en los seminaristas, pero porque uno se vaya del seminario, no tiene que dejar esta realidad. Todo lo contrario, es más necesaria que nunca, porque seguimos en ese proceso de formación.
 
      ¿Quién es el destinatario de la dirección espiritual en nuestras parroquias? Pues, evidentemente, todos los feligreses, como es lógico. Es verdad que pueden existir grupos, que pueden existir prioridades. A las parroquias acuden muchos sacerdotes, y cuando acude un hermano sacerdote que te pide ayuda sabes que el trabajo es un trabajo multiplicado por mil. Están los catequistas, que es bueno hacerles un seguimiento, que es bueno ver hasta qué punto tienen vida interior, tienen una vivencia de la fe. Después, hay un grupo que es muy importante, que son todos los jóvenes que presentan inquietudes, que tienen un “virus vocacional”, de los que tenemos que estar muy pendientes. Los padres de familia, las madres de familia… En definitiva, todas esas personas que muchas veces vienen al confesionario y tú te das cuenta de que les pasa un poco como al joven rico, que necesitan algo más, que quieren algo más. Y claro, efectivamente, siendo cada uno un mundo, teniendo cada persona una historia específica, teniendo cada uno un camino peculiar… Porque la santidad no es un molde que tienes que repetir en todos, sino que tienes que respetar cada identidad. Desde esa realidad suya se ha de proponer, invitar e incluso predicar en las mismas homilías la bondad de la dirección espiritual. Porque, si no hablamos al Pueblo de Dios de este instrumento tan eficaz y tan bueno para ellos, a lo mejor ni se les pasa por la cabeza.
 
      Como ha pasado durante un tiempo y ha habido que volver a predicar sobre el sacramento de la Penitencia, pues se había abandonado en muchas parroquias. Llegó un momento en que no había ni confesionarios. Yo, por contar una anécdota, que no sé si será positiva o negativa, a una de las primeras parroquias a las que me mandaron de pastoral, de repente, pregunte por el confesionario y me dijeron: “no hay, no, es que aquí desde hace años la gente no se confiesa, porque ya no hace falta”. Claro, es que a veces, sin querer, hemos confundido la fe del Pueblo de Dios. Y por eso, predicar de la confesión, predicar de la confesión frecuente, predicar de la dirección espiritual, proponer la dirección espiritual, proponer la santidad al Pueblo de Dios, es una obligación nuestra, que si no la hacemos, creo que estaríamos pecando gravemente de omisión.
 
      Hay una dificultad muy clara, pasando al siguiente punto, y es que los sacerdotes ahora somos pocos y muy ocupados. Y es verdad que tenemos muchas actividades en nuestro ministerio: llevar la Comunión a enfermos, reunión con catequistas para ver si están dando bien el programa... Pero yo creo, que también, dentro de la misma parroquia, tenemos que saber discernir qué cosas podemos hacer nosotros y qué cosas podrían hacer, o podrían colaborar en ellas los seglares. Y de hecho, en las parroquias, creo que hoy en día, si no sabemos delegar y no sabemos dejar en manos de los seglares muchas actividades en las que no es imprescindible nuestra presencia constante y asidua, no vamos a sacar horas de estar con la gente. Y en este sentido, tendremos que ayudar a poner un orden, saber delegar dentro de la actividad pastoral parroquial y dedicarme exclusivamente a lo que es lo sacerdotal.
 
      En principio, con respecto al contenido de dirección espiritual, claro que cada uno puede llevar la dirección espiritual como Dios le dé a entender. Pero siempre hay un esquema muy básico y evangélico, que para mí, en estos años de vida parroquial, ha ayudado mucho a la gente y es muy sencillo. Es la gente que te viene al confesionario y le dices: “oye, ¿por qué no vienes la semana que viene y me cuentas como vas, o el mes que viene, o dentro de quince días?” “Mira, te propongo de aquí a un mes, que intentes luchar en este punto te propongo, que te leas este libro”. No lo sé, cualquiera de estas cosas que pueden ayudar a crecer en el Amor de Dios.
 
      Y sobre todo, el contenido de la dirección espiritual, se puede centrar en tres puntos, ese amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. Un primer capítulo de la dirección espiritual en las parroquias, siempre es cómo estas rezando, cómo es tu vida de oración, cómo vives la Eucaristía, cómo vives tu trato con Cristo. Nosotros no tenemos que ser personas que imponen. El director no es el que obliga, sino el que invita. Oye, pues te aconsejo el libro de la beata Teresa de Calcuta Camino de sencillez, que te puede aportar unas ideas nuevas, o el famoso Regreso del hijo pródigo de Henri Nowen. ¡Hay tantas cosas tan buenas hoy en día que van cargando las pilas para crecer en el Amor de Dios!
 
      Primera pregunta, por tanto, de la dirección espiritual: el Amor a Dios. Segunda: la fraternidad, el amor a los hermanos, tu vida de caridad, cómo te llevas con tus padres, con tus hermanos, con tus compañeros de trabajo. Porque los seglares pueden afinar y tienen que ser testigos. Ellos son realmente los que construyen la Iglesia, son los que salen a la calle y dan la cara por Cristo. Y realmente necesitan ser sostenidos, iluminados y sostenidos. Y por último, el tercer capítulo de la dirección espiritual, como un clásico, es tu trato contigo mismo: ¿Cómo te tratas a ti? Cuánta gente hay que vive culpabilizada, cuánta gente hay que vive con complejos, con limitaciones, que les gustaría llegar a más pero tienen un concepto tan malo de sí mismos que… Precisamente en la dirección espiritual les puedes ayudar a encontrar esa belleza con la que Dios le ha creado y ese Amor que le tiene.
 
      Otro aspecto importante es no tener miedo en la dirección espiritual a provocar el fenómeno vocacional. Siempre respetando la absoluta libertad de los fieles, porque el director espiritual no tiene nada que imponer, sino mucho que proponer. Pero hay una pregunta ineludible: ¿qué espera Dios de ti? Yo creo que el espacio natural donde tienen que salir las vocaciones matrimoniales es la parroquia, el espacio natural donde tienen que salir las vocaciones de sacerdotes seculares, diocesanos, es la parroquia.
 
      Con quince años que llevamos de parroquia, el Señor nos ha bendecido con una serie de vocaciones: tenemos ahora mismo seis chavales ya ordenados, sacerdotes diocesanos, nueve seminaristas en el proceso de formación dentro del seminario, hay siete chicas religiosas contemplativas, carmelitas descalzas. Precisamente, este día de San José entró la última chica en las hijas del Sagrado Corazón de Jesús.
 
      Sigue siendo atractiva la vida religiosa, sigue siendo atractivo el sacerdocio, ¡claro que sigue siendo atractivo! Pero, ¿quién lo tiene que proponer? Nosotros. Y, por supuesto, el chaval que dice: «pues no me interesa, lo he visto en la oración…» Pues ánimo, y a buscar la santidad. Pero no tener complejo, y por supuesto, con el máximo respeto a la libertad, proponer la vocación. ¿Os imagináis que en cada parroquia nos propusiéramos, por lo menos, una vocación al año? una al año. Un chaval que fuera de mi parroquia al seminario. ¡Nos pondríamos las botas! Yo siempre pido dos por si falla uno, porque a veces a mitad de camino se queda alguno; lo disciernen los formadores y dicen: «venga, tú para casa». Es verdad que de tu testimonio de vida, de tu cariño, de tu acompañamiento, de tu preocupación es donde de verdad pueden salir muchas vocaciones, o por lo menos, es como nosotros hemos tenido esas experiencias.
 
      Cuando vamos a una Jornada Mundial de la Juventud, cuando hacemos un Camino de Santiago, cuando peregrinamos a un santuario, cuando haces una serie de cosas que a lo mejor estás caminando cuatro y cinco horas… coges a un chaval y le preguntas cómo va, que le preocupa, que es lo que le agobia, o incluso quién le gusta, y te metes ya en su corazón, y lo agradecen mucho. Lo agradecen mucho porque entras en su intimidad con el máximo respeto. Y creo que en este sentido tenemos que asumir, no solamente esas vocaciones sacerdotales en las que yo insisto mucho, sino todo tipo de vocaciones.
 
      A la parroquia viene mucha gente. Cada vez más de movimientos, de instituciones, y les tenemos que acompañar. Un párroco no puede decir «tú me gustas» o «tú no me gustas», «tú me caes bien»… yo pienso que la parroquia es la casa de todos y para todos. Y cuando alguien te viene a pedir ayuda, a confesarse, lo normal es que encuentren en nosotros alguien que les comprende; si a mí me viene una persona, por poner un ejemplo, focolar, pues supongo que me tendré que leer, que ya lo he hecho, a Chiara Lubich, conocer un poquito cómo es su espiritualidad, y con esto acompañarla y seguirla y ayudarle a crecer.
 
      Y quien dice esto, dice… no voy empezar a decir nombres, porque son muchísimos, pero os dais cuenta de que, hoy en día, es por donde el Espíritu Santo realmente está trabajando, y está funcionando muy bien. A través de la parroquia, por supuesto, pero la parroquia es la casa de todos, de todos y para todos. Y nosotros tendremos que estar ahí, los pastores, abiertos a todos y dispuestos a acompañar a todas las personas.
 
      En definitiva, a mí me parece, que la Redención realizada por Jesucristo hemos que aplicarla en cada alma directamente, en el cuerpo a cuerpo, en el cara a cara. Es muy fácil hablar en general, es muy fácil decir una homilía, es muy fácil hacer una meditación, es muy fácil reunirse con una serie de personas. Lo difícil es cuando uno va a esa persona en concreto. Te cuenta sus debilidades: que no rezo, que tengo pereza, que me entra la angustia, que me cuesta la pureza. Una serie de cosas muy clásicas en las que tú tienes que acompañarle, alentarle, sostenerle y proponerle la santidad. Por supuesto, como la meta última y como la meta más importante.
 
      Yo creo que en este sentido, y ya con esto empiezo a terminar, tendríamos que concretar mucho, concretar mis horas de confesionario, concretar si soy capaz de invitar a la gente a que vuelva, si soy capaz de proponer metas, si quiero ser un agente de santidad, no tener miedo a ayudar a las personas que viven en situaciones difíciles, que viven en situaciones irregulares... Cuántas veces vienen a nuestra parroquia personas que no están casadas, que están casadas por lo civil porque han tenido un matrimonio previo o no lo han tenido, y que también necesitan una atención pastoral y un cierto seguimiento, respetando por supuesto las enseñanzas y normas de la Iglesia. Qué bonita es una dirección espiritual a personas que están tocadas por el misterio del dolor. En la parroquia tenemos, por ejemplo, un grupo Betania; es un grupo de mujeres separadas, que se reúnen, que han vivido la tragedia de una separación familiar, y a las que hay que dar una asistencia espiritual. Tenemos un grupo de papás con niños discapacitados psíquicos que necesitan un acompañamiento. También  tenemos un grupo de niños oncológicos, porque por desgracia hay muchos niños que enferman de cáncer, y ahí es donde tiene que estar el sacerdote. Pero no para un ratito en el que digas «te encomendaré», sino «vente la semana que viene», «vamos a quedar a las cinco y media el jueves y te vienes el jueves siguiente».
 
      Y todo esto, claro, te va llenando la agenda, te va atando, hasta que al final, efectivamente, la vida del sacerdote queda completamente llena por la cantidad de personas a las que quieres acompañar y a las que quieres seguir.
      En definitiva, qué bonita es esa frase del Evangelio de san Juan en la que dice «el Buen Pastor conoce a las ovejas y las ovejas conocen su voz y por eso le siguen». Yo creo que, verdaderamente, estamos en un momento apasionante de evangelización, y creo que las parroquias vuelven a tomar protagonismo y vuelven a tomarlo con fuerza. Y hemos de tener una ilusión muy grande de no conformarnos con rellenar un expediente, sino pedir al Señor e intentar que nuestras comunidades parroquiales sean efectivamente —en comunión con el Papa y con el obispo diocesano, siempre en comunión con ellos—, que sean lugares de evangelización, lugares de espiritualidad, escuelas de santidad, en las que nosotros, buscando nuestra propia santidad, provoquemos la santidad de nuestros hermanos. Y que vivamos y hagamos vivir la dirección espiritual a nuestros hermanos seglares. Nada más, muchísimas gracias.
 
Jesús Higueras. Párroco de Santa María de Caná. Madrid.
 

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