Vocaciones
sacerdotales para el siglo XXI
Hacia
una renovada pastoral de las vocaciones al sacerdocio
ministerial
Sumario
Introducción
1. El
encuentro con Cristo
2. La
llamada al sacerdocio
3.
Lugares de llamada y propuestas para la acción pastoral
Final:
una llamada a la esperanza
Introducción
La
Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Madrid del 16 al 21 de agosto de
2011 fue un momento especial de gracia y amor de Dios para nuestras diócesis. El
Santo Padre Benedicto XVI nos ofreció un conjunto de enseñanzas en relación a la
pastoral con los jóvenes. También nos dejó orientaciones para la formación de
los futuros sacerdotes, especialmente en la homilía de la santa Misa con los
seminaristas celebrada en la catedral de Santa María la Real de la Almudena.
Asimismo, en diferentes momentos se ha referido al tema de la
vocación.
El
domingo 21 de agosto mantuvo un encuentro con los voluntarios de la JMJ en el
que les planteó con toda claridad la cuestión de la vocación: «Es posible que en
muchos de vosotros se haya despertado tímida o poderosamente una pregunta muy
sencilla: ¿Qué quiere Dios de mí? ¿Cuál es su designio sobre mi vida? ¿Me llama
Cristo a seguirlo más de cerca? ¿No podría yo gastar mi vida entera en la misión
de anunciar al mundo la grandeza de su amor a través del sacerdocio, la vida
consagrada o el matrimonio? Si ha surgido esa inquietud, dejaos llevar por el
Señor y ofreceos como voluntarios al servicio de Aquel que “no ha venido a ser
servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por la multitud” (Mc
10, 45)»[1].
La
noche anterior, en la vigilia de oración con los jóvenes, en el aeródromo de
Cuatro Vientos, les había dicho: «En esta vigilia de oración, os invito a pedir
a Dios que os ayude a descubrir vuestra vocación en la sociedad y en la Iglesia
y a perseverar en ella con alegría y fidelidad. Vale la pena acoger en nuestro
interior la llamada de Cristo y seguir con valentía y generosidad el camino que
él nos proponga. A muchos, el Señor los llama al matrimonio (…). A otros, en
cambio, Cristo los llama a seguirlo más de cerca en el sacerdocio o en la vida
consagrada. Qué hermoso es saber que Jesús te busca, se fija en ti y con su voz
inconfundible te dice también a ti: “¡Sígueme!” (cf. Mc 2,
14)»[2].
Tenemos
presente también que el día 4 de noviembre de 2011 se cumplieron los setenta
años del motu proprio Cum nobis, con el que el venerable papa Pío XII
instituyó la Pontificia Obra para las Vocaciones Sacerdotales. Con ocasión de
este aniversario, tuvo lugar en Roma un Congreso internacional en el que se
compartieron las iniciativas vocacionales más significativas y se subrayó la
conveniencia de presentar con mayor claridad la figura del sacerdocio
ministerial[3]. Asimismo, la Congregación para la Educación Católica ha
publicado el 25 de marzo del 2012 un documento titulado Orientaciones
pastorales para la promoción de las vocaciones al ministerio
sacerdotal[4].
Así
pues, en continuidad con el impulso renovador que supuso el Año Sacerdotal[5] en
nuestros presbiterios, teniendo en cuenta las aportaciones de los recientes
documentos y congresos sobre pastoral vocacional, a partir de la dinamización
que la JMJ ha producido en la pastoral juvenil de nuestras diócesis, y con
ocasión del doctorado de san Juan de Ávila, los obispos de las Iglesias que
peregrinan en España ofrecen al pueblo cristiano este documento con la
finalidad de propiciar la oración por las vocaciones, reflexionar sobre el
trabajo de promoción vocacional, compartir tanto las dificultades como las
esperanzas de quienes trabajan en el ámbito de la pastoral vocacional, y,
finalmente, ofrecer algunas propuestas pastorales.
Nos
mueve a ello la preocupación que causa tanto a los pastores como a las
comunidades eclesiales el descenso progresivo de las vocaciones sacerdotales que
tiene lugar en Occidente en las últimas décadas. Por ello, no podemos eludir
algunas preguntas que están presentes en el ambiente: ¿nos hallamos en un
«invierno vocacional» del todo irrecuperable en Occidente? ¿El descenso
vocacional es un «signo de los tiempos»? ¿Falta coordinación con la pastoral
familiar y la pastoral juvenil? ¿Nos falta pericia en la pastoral vocacional?
¿Nos falta oración y confianza en Dios?
A
este respecto, evocando la parábola del sembrador, el papa Benedicto XVI
afirmaba que la tierra donde se debe sembrar la semilla de la vocación es
principalmente el corazón de todo hombre, pero en modo particular de los
jóvenes, a los que se presta servicio de escucha y acompañamiento. El corazón de
estos jóvenes, añadía el Santo Padre, es «un corazón a menudo confuso y
desorientado y, sin embargo, capaz de contener en sí mismo impensables energías
de donación; dispuesto a abrirse en las yemas de una vida gastada por amor a
Jesús, capaz de seguirlo con la totalidad y la certeza que viene del haber
encontrado el mayor tesoro de la existencia»[6].
¿Cuáles
son las causas de esta confusión o desorientación que pueden afectar a un joven
de hoy? Y, al mismo tiempo, ¿cómo podemos despertar en él esas energías de
donación que posee en sí mismo y la capacidad de seguir con totalidad y certeza
a Jesús? Sin duda, aquí reside el núcleo de la cuestión que nos ocupa. Nuestra
reflexión constará de tres partes: en primer lugar analizaremos algunos rasgos
característicos del contexto socio-cultural y también consideraremos cómo se
debe preparar la tierra para que pueda dar fruto; en segundo lugar, trataremos
de la llamada al sacerdocio; por último, reflexionaremos sobre los lugares y
ámbitos de llamada y algunas propuestas de pastoral vocacional.
1. El encuentro con Cristo
En
este primer capítulo analizaremos algunas características del contexto
socio-cultural; después presentaremos el objetivo fundamental de la pastoral
juvenil, que no es otro que propiciar el encuentro con Cristo; seguidamente, nos
centraremos en los dos grandes criterios de acción propuestos especialmente por
el Santo Padre Benedicto XVI para acercar a los jóvenes a Dios y para enseñarles
la amistad con Jesucristo.
1.1. Contexto sociocultural
actual
En
líneas generales podemos afirmar que nos encontramos inmersos en un proceso de
secularización aparentemente imparable y en un contexto cultural y social
condicionado por fuertes corrientes de pensamiento laicista que pretenden
excluir a Dios de la vida de las personas y de los pueblos, e intentan que la fe
y la práctica de la religión se consideren como un hecho meramente privado, sin
relevancia alguna en la vida social. Por otra parte, en nuestra sociedad no
pocas personas tienen una idea de Dios equivocada y confusa, y una concepción
incompleta sobre el ser humano y su relación con Dios. La consecuencia es que se
pueden acabar imponiendo planteamientos desviados y falsos sobre la verdadera
naturaleza de la vocación, que dificultan enormemente su acogida y su
comprensión[7].
Dicho
proceso de secularización, unido al fenómeno de la globalización,
ha producido una serie de cambios profundos en los diversos campos de nuestra
sociedad. Actualmente constatamos una crisis en la transmisión de cultura,
tradiciones, valores, etc., y también en la transmisión de la fe. Esta crisis va
asociada a los cambios que se han producido en la institución familiar.
La aparición de una cultura consumista, secularizada y materialista, que
erosiona los cimientos tradicionales de la familia y desprecia muchos de los
valores que hasta ahora habían sostenido las relaciones entre los pueblos y las
sociedades. La familia, institución que ayuda al sujeto en su correcto proceso
de inserción en la sociedad, se encuentra hoy con serias dificultades para
mantener vivo uno de sus roles principales: la transmisión de valores y
tradiciones.
El
presente cambio cultural va logrando que se desvanezca la concepción
integral del ser humano, es decir, su relación con el mundo, con los demás seres
humanos y con Dios. El resultado es «un hombre débil, sin fuerza de voluntad
para comprometerse, celoso de su independencia, pero que considera difíciles
las relaciones humanas básicas como la amistad, la confianza, la fidelidad a los
vínculos personales»[8]. Un hombre falto de consistencia, fragmentado y
«líquido». En este sentido, somos testigos de la primacía de la subjetividad y
del individualismo, que desembocan frecuentemente en la despreocupación por el
bien común para dar paso a la realización inmediata de los deseos de los
individuos, a la creación de nuevos y, muchas veces, arbitrarios derechos
individuales[9].
En
consecuencia, podemos decir que la capacidad de corresponder a la llamada de
Dios queda en cierta medida debilitada por ciertas corrientes de la cultura
actual que propugnan la libertad sin compromiso, el afecto sin amor y la
autonomía sin responsabilidad. De esta forma, los jóvenes pueden vivir
eternamente indecisos ante la disparidad de ofertas y quedar sumidos en la
indiferencia ante la cantidad de informaciones que les llegan, sin una formación
adecuada para que puedan ser procesadas. Son los verdaderos espejismos de
nuestra sociedad que reducen la felicidad al instinto, las virtudes a
habilidades, los valores a estrategias, y que dificultan enormemente escuchar la
voz de Dios.
Nuevas
oportunidades
Pero
no todo es negativo. También podemos reseñar aspectos positivos de la sociedad
en general y del mundo juvenil en particular. Por encima de todo, es preciso que
sepamos descubrir los puntos de encuentro con los jóvenes actuales, detectar sus
aspiraciones más profundas para poder aprovechar todas las oportunidades, todas
las posibilidades de activar la generosidad de sus corazones[10]. Se pueden
enumerar algunos elementos que servirán de ayuda para revitalizar nuestra
pastoral juvenil y vocacional.
Como
punto de partida, se debe tener muy presente que la juventud «es la edad en la
que la vida se desvela a la persona con toda la riqueza y plenitud de sus
potencialidades, impulsando la búsqueda de metas más altas que den sentido a la
misma»[11]. Es la riqueza de contener el proyecto completo de la vida futura, de
descubrir, de programar, de elegir, de prever y de tomar las primeras
decisiones, que tendrán importancia para el futuro tanto en lo personal como en
la dimensión social. Esa riqueza inherente a la juventud no tiene por qué alejar
al hombre de Cristo. Al contrario, debe conducir al joven hasta Jesús para
formularle las preguntas fundamentales sobre la vida y su sentido, sobre el
proyecto de vida y la vida eterna, como hace el joven rico del Evangelio (cf.
Lc 18, 18-23). La juventud es una riqueza que se manifiesta en estas
preguntas que se hace todo ser humano, sobre todo en su etapa de
juventud[12].
En
segundo lugar, podemos afirmar que en la actualidad se da un mayor respeto a la
persona humana y a su dignidad, y en líneas generales tiene lugar una mayor
sensibilidad por la promoción de los derechos humanos, aunque se den dolorosas
excepciones en temas fundamentales que afectan a la vida y a la familia. Este
hecho permite nuevas posibilidades de evangelización porque facilita una
propuesta antropológica, teológica y espiritual que la Iglesia está llamada a
poner al servicio de nuestra sociedad y de la cultura, y, más en concreto, al
servicio de nuestra pastoral con los jóvenes. La Iglesia propone unos principios
que se fundamentan en el amor a Dios y el respeto absoluto a la persona y a la
vida humana. Este respeto incondicional a la persona se convierte en un
testimonio nuevo y eficaz, que es capaz de crear una cultura de la vida. Este
camino, a su vez, nos permite entrar en el diálogo sobre la cuestión de la
conciencia y de la experiencia del ser humano, de su búsqueda del sentido de la
vida y de su capacidad de abrirse a la trascendencia.
Otra
oportunidad que podemos señalar es el deseo de libertad personal propio de la
condición juvenil. Los jóvenes tienen como un sentido innato de la verdad, y la
verdad debe servir para la libertad. A la vez, los jóvenes tienen también un
espontáneo anhelo de libertad. Pero es preciso recordarles que ser
verdaderamente libres es saber usar la propia libertad en la verdad. Ser
verdaderamente libres no significa hacer todo aquello que me gusta o tengo
ganas de hacer, porque la libertad contiene en sí el criterio de la verdad, más
aún, la disciplina de la verdad. Ser verdaderamente libres, en definitiva,
significa usar la propia libertad para lo que es un bien verdadero[13]. El
mensaje del Evangelio, la Palabra de Dios, posee una fuerza infinita de
liberación porque es portador de la verdad.
En
cuarto lugar, reparemos en el valor que los jóvenes dan a la coherencia de vida,
al testimonio, componente esencial en la auténtica vivencia de la fe. Aquí
encontramos posibilidades de incidir en una sociedad que está saturada de
mensajes, pero a la vez está ávida de testimonios creíbles. Las doctrinas se
transmiten a través de mensajes que expresan verdades, pero el testimonio de
vida es el mejor medio para transmitir formas de conducta, valores y actitudes.
Un testimonio de vida personal y también comunitario auténticamente cristiano
será el camino mejor para tender puentes con los jóvenes de hoy, que valoran
especialmente la autenticidad y la sinceridad.
Por
último, vale la pena tener en cuenta también la experiencia del voluntariado,
tan extendida hoy entre el mundo juvenil, que se manifiesta en múltiples
campañas de ayuda al Tercer y Cuarto Mundo. También se va generalizando en los
jóvenes la participación en iniciativas de defensa de la naturaleza y el medio
ambiente. Crece entre ellos la conciencia de que la sostenibilidad es
responsabilidad de todos y que la conservación del planeta se convierte en una
cuestión cada vez más urgente. El mismo papa Benedicto XVI ha valorado de forma
muy positiva el fenómeno del voluntariado como camino de un compromiso asumido
según los criterios de una ética cristiana. Según él, es «una escuela de vida
para los jóvenes, que educa a la solidaridad y a estar disponibles para dar no
solo algo, sino a sí mismos. De este modo, frente a la anticultura de la muerte,
que se manifiesta por ejemplo en la droga, se contrapone el amor, que no se
busca a sí mismo, sino que (…) se manifiesta como cultura de la
vida»[14].
1.2.
Llamados al encuentro con Cristo
Según
el relato del Génesis, «al principio creó Dios el cielo y la tierra» (Gén
1, 1), llamando a las criaturas para que del no-ser, vinieran a la existencia.
También el hombre fue creado de esta manera: «Hagamos al hombre a nuestra imagen
y semejanza» (Gén 1, 26). Por tanto, podemos afirmar que la primera
vocación es la llamada a la existencia, a la vida. Ahora bien, el ser humano
será objeto de una vocación especial: dialogar con el Creador, colaborar con él,
poner nombre a las cosas creadas, vivir en una profunda y amistosa relación con
Dios. En definitiva, es llamado a vivir en comunión con Dios.
El
deseo natural de Dios está inscrito en el corazón del hombre por la sencilla
razón de que este ha sido creado por Dios y para Dios. Por eso, solo en Dios
puede apagar su sed de trascendencia, solo en Dios puede encontrar la verdad, el
bien, la felicidad y el sosiego que anhela su corazón. La constitución pastoral
Gaudium et spes del concilio Vaticano II lo expresa bellamente: «La razón
más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión
con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios.
Existe pura y simplemente por el amor de Dios, que lo creó, y por el amor de
Dios, que lo conserva. Y solo se puede decir que vive en la plenitud de la
verdad cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su
Creador»[15].
Esta
referencia, este deseo, se halla en lo profundo del corazón humano. Dios crea
por amor y el sentido de la vida del ser humano consiste en ser amado por Dios
y por los demás, y en corresponder a ese amor amando a Dios y a los demás. Esta
es la gran verdad de la vida, la que llena de sentido, de felicidad y plenitud
toda existencia[16]. De ahí la inquietud de buscar a Dios, el anhelo interior
que conduce hasta el encuentro del Señor. De ahí que solo en el Señor se pueda
hallar el descanso y la paz. San Agustín resumirá magistralmente ese camino de
búsqueda y encuentro, de inquietud y de hallazgo: «Nos has hecho para ti, Señor,
y nuestro corazón está inquieto hasta que repose en ti»[17].
El
amor de Dios ha sido manifestado a lo largo de la Historia de la Salvación, y al
llegar la plenitud de los tiempos, Dios envía a su Hijo porque quiere salvar a
todos los hombres y hacerlos hijos suyos por adopción (cf. Gál 4, 4-5).
El Hijo eterno del Padre se ha encarnado, ha asumido la naturaleza humana
haciéndose en todo igual a nosotros, excepto en el pecado. El ser humano es
elevado a la dignidad de hijo de Dios por Cristo y en Cristo. Él es el centro
del cosmos y de la historia, el Redentor del hombre y del mundo, de todo el
género humano y de cada persona[18]. Cada persona es objeto de la entrega y del
amor de Cristo, a todos los ha reconciliado con el Padre.
El
comienzo de la vida cristiana
La
persona de Jesucristo es el centro de la vida y de la misión de la Iglesia, es
la esencia del cristianismo. La vida cristiana comienza después de un encuentro
personal con Él. El papa Benedicto XVI, en la introducción de su encíclica
Dios es amor, lo resume magistralmente: «No se empieza a ser cristiano
por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un
acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con
ello, una orientación decisiva»[19]. Cristo sale al encuentro de todo ser
humano para presentarse como Camino, Verdad y Vida, para saciar su sed de
felicidad, para llenar de sentido su existencia.
Los
destinatarios de la pastoral juvenil son los jóvenes concretos en su situación
concreta, y la finalidad de dicha pastoral es que lleguen a vivir la vida nueva
en Cristo[20]. Por eso hemos de propiciar el encuentro con Cristo que les cambie
el corazón, la experiencia profunda de fe que renueve radicalmente sus vidas y
les lleve a un compromiso de totalidad. Este, en definitiva, es el plan de Dios
para todos sus hijos, aunque aquí nos referimos más concretamente al ámbito de
los jóvenes.
Para
poder evangelizar al joven de hoy es preciso conocer su realidad personal y la
situación en que se encuentra en relación a la fe y la religión. Actualmente nos
encontramos con una gran diversidad de personas y de situaciones que exige a su
vez una gran variedad de itinerarios y de pedagogía. Solo así podremos ofrecer
una propuesta personalizada y con sentido. Entre el punto de partida y el de
llegada está el acompañamiento personal para discernir en cada momento según los
ritmos de maduración y los procesos concretos, conscientes de que todos son
llamados a vivir la madurez de la fe y a la participación en la comunidad
cristiana. También es necesario conocer la realidad de la sociedad en que vive
el joven y cómo condiciona su vida. Es lo que hemos intentado hacer en el
apartado precedente.
1.3.
Alentar la esperanza en los jóvenes
La
cuestión de la esperanza es un elemento antropológico fundamental de la
pastoral juvenil y vocacional porque está en el centro de la vida humana y
porque en la actualidad ha adquirido una particular relevancia. Sin duda
constituye uno de los ejes doctrinales y pastorales del pontificado de Benedicto
XVI. Su segunda encíclica, Spe salvi[21], está dedicada al tema de la
esperanza, apuntando a lo esencial del corazón humano, en una época marcada
entre otras cosas por una manifiesta crisis de esperanza debido a las
dificultades acuciantes del momento presente, y después de constatar que no se
han cumplido las expectativas forjadas a partir de los avances de la ciencia y
de la técnica o de las grandes revoluciones de la historia reciente.
Estos
tiempos de desesperanza afectan particularmente a la edad juvenil. Un importante
número de jóvenes vive en la sospecha y desconfianza ante los que rigen la
sociedad y sus instituciones y a la vez en la desesperanza respecto a los
cambios que necesita la sociedad, sumergida en crisis políticas, económicas,
financieras, y también de valores. En algunos casos el descontento se canaliza a
través de protestas no exentas de violencia. En otros casos cabe el peligro de
desembocar en una especie de letargo colectivo, de que se instalen en la evasión
consumista al comprobar que las expectativas de futuro se desvanecen por la
imposibilidad de encontrar un empleo estable, de formar una familia, de llevar a
término proyectos personales, etc. En ambos casos se renunciaría a la
insatisfacción e inconformismo creativos tan propios de la condición juvenil y
que mantienen la tensión de los más altos ideales.
En
esta tesitura, el Mensaje que el Santo Padre ofreció a los jóvenes del
mundo con ocasión de la XXIV Jornada Mundial de la Juventud[22], el año 2009,
recordando el encuentro de Sydney y en camino hacia el de Madrid, está centrado
en el tema de la esperanza y contiene unas pistas muy iluminadoras a partir de
una cita de la primera carta de san Pablo a Timoteo: «Hemos puesto la esperanza
en el Dios vivo» (1 Tim 4, 10). Podemos señalar cuatro jalones de un
itinerario para reavivar la esperanza en los jóvenes. Como punto de partida, la
consideración de que la juventud es tiempo de esperanza; seguidamente, la
búsqueda y encuentro de una gran esperanza que llene la vida: Cristo; en tercer
lugar, el aprendizaje, el ejercicio y el crecimiento de la esperanza; por
último, la llamada a ser testigos de esperanza en el mundo.
En
primer lugar, por tanto, la cuestión de la esperanza está en el centro de la
vida humana. El ser humano tiene necesidad de esperanza, pero no de
cualquier esperanza pasajera, sino de una esperanza creíble y duradera, que
resista el embate de las dificultades. La juventud es tiempo de esperanzas,
porque mira hacia el futuro con expectativas y porque tiene toda una vida por
delante. La juventud es el tiempo en que se formulan las grandes preguntas sobre
el sentido de la vida; es el tiempo en el que se van fraguando y se toman las
decisiones que serán determinantes para el resto de la vida. Ahora bien, ¿dónde
encontrar la llama de la esperanza y cómo mantenerla viva en el
corazón?[23]
El
ser humano, en busca de esperanza
El
ser humano busca constantemente la esperanza y se pregunta dónde la podrá
hallar, quién se la puede ofrecer. Según el Santo Padre, la ciencia, la técnica,
la política, la economía o cualquier otro recurso material por sí solos no son
capaces de ofrecer la gran esperanza a la que todo ser humano aspira. Por otra
parte, la experiencia humana en general nos enseña que muchas esperanzas que se
conciben a lo largo de la vida, cuando llega el momento de verse cumplidas, no
acaban de saciar la sed de sentido y de felicidad del corazón. Eso sucede porque
la gran esperanza solo puede estar en Dios. La gran esperanza no es una idea, o
un sentimiento o un valor, es una persona viva: Jesucristo[24].
La
vida cristiana es un camino, una peregrinación y también una escuela de
aprendizaje y de ejercitación de la esperanza. La oración, el encuentro con
Dios, el diálogo con Él, la conciencia de que Él siempre escucha, siempre
comprende, siempre ayuda, es la primera fuente de esperanza. También la
esperanza se nutre de la Palabra de Dios y de la participación frecuente en los
sacramentos. El actuar y el sufrir son asimismo lugares de aprendizaje. Porque
la esperanza cristiana es activa, transformadora del mundo, bajo la mirada
amorosa de Dios. Y lo mismo el sufrir, el aceptar la realidad de la vida en lo
que tiene de doloroso. La esperanza se nutre del saber sufrir y del sufrir por
los demás[25].
La
consecuencia lógica de la vida en Cristo que va aprendiendo, ejercitando y
creciendo en la esperanza, es que el joven se convierte en un testigo de
esperanza en medio del mundo. Si el Señor Jesús se ha convertido en el
fundamento de su existencia, si ha colmado sus expectativas vitales, no es
extraño que proponga «con coraje y humildad el valor universal de Cristo, como
salvador de todos los hombres y fuente de esperanza para nuestra vida»[26], tal
como el Papa señalaba a los jóvenes en la memorable vigilia de oración en el
aeródromo de Cuatro Vientos.
Por
tanto, para reavivar la esperanza de los jóvenes, es preciso que la pastoral
juvenil y vocacional se dirija a todos ellos, a los más próximos y a los que
están alejados, y se oriente a devolverles el entusiasmo por encontrar el
verdadero sentido de su vida, por desarrollar todas sus potencialidades, por
mirar hacia el futuro y trabajar con un proyecto de vida centrado en Cristo. De
esta forma podrán llegar a fructificar las inmensas energías de donación que
sin duda están presentes en lo profundo de sus corazones.
Reanimar
la esperanza en los jóvenes significa también abrirles a un futuro lleno de
promesas y posibilidades y especialmente ayudarles a superar el miedo a las
decisiones definitivas. El futuro se comienza a construir mediante las
elecciones que se hacen en el presente. Es preciso que elijan aquellas promesas
y opciones que abren realmente al futuro, incluso cuando estas acarrean
renuncias. Si el camino que lleva hacia el futuro se hace sin Dios, lleva a la
oscuridad, al gran vacío existencial. Por eso, la opción fundamental del joven
debe construirse sobre el fundamento firme que es nuestro Señor
Jesucristo[27].
La
fuerza del Espíritu que Dios ha puesto en cada persona, en cada joven, proyecta
hacia el futuro y ayuda a vencer el miedo a tomar grandes decisiones. El Dios
que nos ha amado y nos sigue amando es la gran esperanza, la gran fuerza del
hombre, que resiste a pesar de todas las desilusiones[28]. Es muy importante
que se sepa presentar a las nuevas generaciones la certeza de esta promesa como
algo por lo que vale la pena gastar la propia vida. Nuestro acompañamiento y
nuestro testimonio vivo de esperanza serán los instrumentos que les ayuden a ver
que la Iglesia no les deja solos ante los desafíos de la vida, ni ante sus
decisiones absolutas.
1.4.
Educar a los jóvenes en la fe
La
segunda propuesta de acción del papa Benedicto XVI para la pastoral juvenil se
relaciona con la educación en la fe. Es una cuestión que le preocupa
vivamente, hasta el punto de hablar de «emergencia educativa» o de calificar
dicha educación como una tarea cada vez más difícil[29]. Ahora bien, se trata de
una prioridad pastoral de la Iglesia y además es un elemento imprescindible para
conocer a Dios, conocerse a sí mismo, conocer el ambiente que rodea al joven,
profundizar en la fe para poder dar razón de la propia fe y de la esperanza.
Esta formación ha de estar en conexión con el joven y con su compromiso
apostólico y en ella han de estar presentes los elementos más genuinos de la fe
y de la tradición cristiana[30].
Es
una tarea particularmente difícil en la actualidad por diferentes razones,
todas ellas consecuencia de las corrientes de pensamiento laicista que
transcurren en nuestra cultura secularizada. Desde el agnosticismo, que se
propone apagar el sentido religioso inscrito en lo profundo del ser humano,
hasta el relativismo, que erosiona las certezas más hondas[31]. Las dificultades
son un desafío y un estímulo para los jóvenes, que han de aplicarse en una
formación amplia y profunda que les sirva para respuesta a las interpelaciones
que reciban. Por otra parte, la educación en la fe tiene una finalidad en sí
misma: crecer en conocimiento y amor de Cristo. No se puede amar, no se puede
entrar en amistad con alguien a quien no se conoce.
El
joven está llamado a construir la propia vida sobre Cristo, como recordaba el
lema de la JMJ de Madrid, a edificar la vida sobre el cimiento firme que es
Cristo. Él es el Redentor de todo el género humano y de cada persona concreta de
la historia. En Él y por Él Dios se ha revelado plenamente a la humanidad; por
Él y en Él hemos sido elevados a la dignidad de hijos de Dios. Él ha abierto
para nosotros el camino hacia Dios, para que podamos alcanzar la vida plena.
Cristo es la roca firme sobre la que edificar la vida. Al edificar la vida sobre
Cristo, se proyecta su luz sobre la humanidad, porque la vida se fundamenta en
la verdad[32].
La
cuestión de la verdad ha de ocupar un lugar central en la tarea de educación de
la fe de los jóvenes. Como señalaba el beato Juan Pablo II, «la fe y la razón
son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la
contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de
conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y
amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo»[33].
Actualmente, no pocos jóvenes encuentran dificultades para discernir la verdad.
Hoy día se repite con frecuencia la pregunta del escéptico Pilato: «¿Qué es la
verdad?» (Jn 18, 38). Pues bien, en definitiva, la verdad no es un
misterio inescrutable, la verdad es una persona: Jesucristo[34].
Cristo
es el Señor de la creación y de la historia, todo fue creado por Él y para Él y
todo se mantiene en Él (cf. Col 1, 16-17). Por eso, si el diálogo entre
la fe y la razón se realiza con rigor y honestidad, brinda la posibilidad de
percibir el carácter razonable de la fe en Dios y de descubrir que la
realización de las aspiraciones humanas se encuentra en Cristo. En
consecuencia, en la tarea de educación en la fe no se debe tener miedo de
confrontar la fe con los avances del conocimiento humano, al contrario, es
preciso promover una «pastoral de la inteligencia», de la cultura, de la
persona, que responda a todos los interrogantes. Los jóvenes, por su parte, han
de avanzar con decisión y confianza en su camino de búsqueda de la
verdad[35].
Fundamentos
de la educación en la fe
La
formación de los jóvenes requiere una sólida base doctrinal y espiritual para
crecer auténticamente en el conocimiento de la Verdad-Cristo y en la coherencia
de la fe. Se fundamenta en el contacto vivo con la Palabra de Dios y en las
indicaciones de la Iglesia, que orienta en el discernimiento de la verdad de
Cristo, por medio de la Tradición viva y el Magisterio[36]. La importancia de
esta educación en la fe se hace cada vez más urgente en una época marcada por un
horizonte relativista, caracterizado por la orfandad de referencias, en el que
se hace cada vez más difícil hablar de convicciones y certezas. En esta
situación, hay que mantener como objetivos generales en la educación: la
búsqueda de la verdad y el bien, del sentido de las cosas y de la vida, así como
la aspiración a la excelencia.
La
educación en la fe no consiste en un simple adoctrinamiento intelectual. En
este sentido, no puede prescindir ni de la vida espiritual, ni tampoco sería
completa sin la acción apostólica. La vida espiritual busca la unión con Cristo
a través de la oración, como encuentro y diálogo personal en la fe con Dios; a
la luz de la meditación de la Palabra de Dios, que ilumina, interpela y
transforma. La Iglesia vive y celebra el encuentro entre Cristo resucitado y
los hombres a través de los sacramentos, que son acontecimientos en los que la
gracia llega al corazón de la persona y a la historia por medio de palabras y
gestos realizados según dispuso el Señor. Los siete sacramentos acompañan la
vida humana desde el inicio hasta el tránsito a la vida eterna. En este camino,
la Eucaristía es fuente y culminación de toda la vida cristiana y de toda la
vida de la Iglesia[37].
La
educación en la fe comporta también la acción apostólica, que es consecuencia
del Bautismo y la Confirmación, consecuencia del envío misionero de Jesús. Una
acción que ha de estar orientada a colaborar en la construcción del Reino de
Dios y a ser fermento evangélico en los diferentes ambientes reconociendo y
sirviendo al Señor en los pobres y enfermos, en toda persona necesitada. Una
acción que se lleva a cabo a través del testimonio de una palabra convencida y
convincente y de una vida coherente que convierte al joven en un testigo fiel,
en un mensajero de la Buena Nueva que manifiesta, en toda su existencia, una
vivencia gozosa y esperanzada.
El
Santo Padre Benedicto XVI en la carta apostólica Porta fidei invita a los
creyentes de todas las edades a reflexionar sobre la fe, a redescubrir sus
contenidos, a vivirla como experiencia de un amor que se recibe y se comunica, a
transmitirla mediante un testimonio coherente[38]. Es un proceso de vida
cristiana en el que el joven va madurando en la formación, la vivencia de la fe
y el testimonio de vida. A la vez, en ese proceso de crecimiento de la vida de
fe, ha de ir descubriendo y viviendo la propia vocación y misión. Uno de los
objetivos de la formación de los jóvenes es ayudarles a descubrir la propia
vocación desde una actitud de disponibilidad y también ayudarles a realizar la
misión encomendada[39].
2.
La llamada al sacerdocio
Como
decíamos en el capítulo anterior, el objetivo fundamental de la pastoral de
juventud consiste en propiciar en el joven un encuentro con Cristo que
transforme su vida, que le haga descubrir en Cristo la plenitud de sentido de
su existencia. Por otra parte, la pastoral de juventud tiene que ayudar a cada
joven a plantear la vida como vocación, a descubrir su vocación concreta y a
responder a la llamada de Dios con generosidad. En este capítulo trataremos de
la universal y común vocación a la santidad y al apostolado que brotan del
Bautismo y de la Confirmación. Después, sin olvidar que dicha vocación se
especifica en diversas vocaciones laicales y de especial consagración, nos
centraremos en la llamada al ministerio sacerdotal.
2.1.
La llamada a la vida en Cristo
La
llamada a la vida en Cristo es personal y está inscrita en un proyecto que Dios
tiene para cada ser humano. Todo comienza con una iniciativa y una llamada de
Cristo a la puerta del corazón del hombre: «Mira, estoy de pie a la puerta y
llamo. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré
con él y él conmigo» (Ap 3, 20). Es la manifestación en el tiempo de un
designio eterno. Es una llamada a realizar la propia vida en comunión con el
Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo, y, en consecuencia, la suprema
realización personal y comunitaria del ser humano. La mediación ordinaria de
esta llamada es el Bautismo.
La
vida cristiana comienza en el sacramento del Bautismo. Por el Bautismo somos
incorporados al Pueblo de Dios, somos constituidos hijos del Padre, miembros
del Cuerpo de Cristo, templos del Espíritu Santo: miembros de la Iglesia
«congregada en virtud de la unidad del Padre, y del Hijo y del Espíritu
Santo»[40]. El Bautismo produce en nosotros una nueva vida y nos hace
partícipes de la misión del Señor. La vocación que el cristiano recibe en el
Bautismo consiste en vivir plenamente su condición de hijo de Dios y en ser
testigo de Jesucristo. Todas las vocaciones específicas a las que el Señor
llama tienen su origen en esta vocación bautismal.
El
concilio Vaticano II, al recordar al Pueblo de Dios la universal vocación a la
santidad, la fundamenta en la consagración bautismal: «Los seguidores de Cristo,
llamados por Dios no en razón de sus obras, sino en virtud del designio y gracia
divinos y justificados en el Señor Jesús, han sido hechos por el Bautismo,
sacramento de la fe, verdaderos hijos de Dios y partícipes de la divina
naturaleza, y por lo mismo, realmente santos. En consecuencia, es necesario que
con la ayuda de Dios conserven y perfeccionen en su vida la santificación que
recibieron»[41].
El
beato Juan Pablo II afirma en la exhortación postsinodal Christifideles
laici que «la vocación a la santidad hunde sus raíces en el Bautismo y se
pone de nuevo ante nuestros ojos en los demás sacramentos, principalmente en la
Eucaristía»[42], y destaca, además, que la vocación a la santidad «constituye un
componente esencial e inseparable de la nueva vida bautismal»[43].
Mediante
los sacramentos del Bautismo y la Confirmación, el fiel es ungido, consagrado,
constituido en templo espiritual y puede repetir de alguna manera las palabras
de Jesús: «El Espíritu del Señor está sobre mí; por lo cual me ha ungido para
evangelizar a los pobres, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos
y la vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, y a proclamar el
año de gracia del Señor» (Lc 4, 18-19; cf. Is 61, 1-2)[44]. Desde
el momento del Bautismo se empieza a participar de la misión del Pueblo de Dios.
Esta dimensión apostólica del Bautismo se manifiesta de manera más plena en la
Confirmación, por la cual los cristianos «se comprometen mucho más, como
auténticos testigos de Cristo, a extender y defender la fe con sus palabras y
sus obras»[45].
Todos
los miembros del Pueblo de Dios están llamados a la santidad y al apostolado:
los sacerdotes, los diáconos, los miembros de la vida consagrada y los fieles
laicos; a su vez, todos participan en la misión de la Iglesia con carismas y
ministerios diversos y complementarios. Los diferentes estados de vida están
relacionados entre sí y ordenados mutuamente. El sacerdocio ministerial
representa la garantía de la presencia sacramental de Cristo Redentor a lo largo
de la historia. El diaconado hace presente a Cristo como el servidor de la
comunidad de los creyentes. Los miembros de la vida consagrada testifican en el
mundo la índole escatológica de la Iglesia y ponen de manifiesto la primacía de
Dios y de los valores evangélicos. Los laicos contribuyen a la transformación
del mundo desde dentro, como el fermento, mediante el ejercicio de sus propias
tareas, manifestando a Cristo con su palabra y testimonio. El matrimonio es la
vocación del mayor número de fieles laicos, que están llamados a ser testigos
del amor de Cristo en el mundo[46].
De
esta forma, el cristianismo aparece como la comunicación del amor que viene de
Dios a los hombres y mujeres de este mundo. No en vano Jesús, después del
discurso de despedida a los Apóstoles, concluyó así su oración por los suyos:
«Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor que me
tenías esté en ellos, y yo en ellos» (Jn 17, 26).
Dimensión
eclesial y comunitaria
La
llamada de Dios es personal. Dios llama a cada uno por su nombre, pero quiere
salvar y santificar a todos y cada uno no de forma aislada, sino constituyendo
una comunidad de llamados, un pueblo[47]. La Iglesia es el pueblo que Dios reúne
en el mundo entero. La Iglesia de Dios existe y se realiza en las comunidades
locales como asamblea litúrgica, sobre todo en la celebración de la Eucaristía.
Su origen no está en la voluntad humana, sino en un designio nacido en el
corazón del Padre.
La
Iglesia es preparada en la Antigua Alianza e instituida por Cristo Jesús y
manifestada por el Espíritu Santo[48]. Al Hijo es a quien corresponde realizar
el plan de salvación del Padre, en la plenitud de los tiempos. Para cumplir la
voluntad del Padre, Cristo inauguró el Reino de los cielos en la tierra. El
germen y el comienzo del Reino son el «pequeño rebaño» que Jesús convoca en
torno suyo. El Señor la dotará de una estructura con la elección de los Doce y
de Pedro como su Primado. Ellos y los demás discípulos participan en la misión
de Cristo.
La
Iglesia es santa, y todos sus miembros están llamados a la santidad. En el marco
de esa llamada universal, el Señor elige luego a personas que a través del
ministerio sacerdotal cuiden de su pueblo y que ejerzan una función paterna,
cuya raíz está en la paternidad misma de Dios[49]. Toda vocación nace, se
alimenta y se desarrolla en la Iglesia y a ella está vinculada también por el
destino y la misión. La pastoral juvenil tiene como finalidad última ayudar a
que los jóvenes entren por el camino de la vida de oración y del diálogo
personal y profundo con el Señor que les ha de ayudar a escuchar su llamada y a
tomar decisiones en las que queda afectada toda la existencia. La dimensión
vocacional es parte integrante de la pastoral juvenil, más aún, podemos decir
que el espacio natural y vital de la pastoral vocacional es la pastoral
juvenil, y que la pastoral juvenil solo es completa si incorpora en su proyecto
la pastoral vocacional[50].
Por
esta razón las comunidades diocesanas y parroquiales están llamadas a reforzar
el compromiso en favor de las vocaciones al sacerdocio ministerial[51]. Solo las
comunidades cristianas vivas saben acoger con prontitud las vocaciones y después
acompañarlas en su desarrollo. En definitiva, «la pastoral vocacional tiene
como sujeto activo, como protagonista, a la comunidad eclesial como tal, en sus
diversas expresiones: desde la Iglesia universal a la Iglesia particular y,
análogamente, desde esta a la parroquia y a todos los estamentos del Pueblo de
Dios»[52]. La comunidad cristiana será el ámbito que facilitará el encuentro
del joven con Jesús, que acompañará el proceso educativo de su respuesta, que
le ayudará a corresponder a la llamada de Dios. La parroquia tradicionalmente
es el lugar por excelencia de experiencia comunitaria y de anuncio del evangelio
de la vocación. También los diferentes movimientos y nuevas realidades
eclesiales constituyen un ámbito privilegiado para la experiencia de comunidad
cristiana.
2.2.
La vocación sacerdotal
La
vocación al sacerdocio ministerial comienza por un encuentro con el Señor, que
llama a dejarlo todo y a seguirle, que quiere que su llamada se prolongue en una
vida de amistad con él y una participación en su misión que compromete toda la
existencia. La vocación es un misterio que afecta a la vida de todo cristiano,
pero que se manifiesta con mayor relieve en los que Cristo invita a dejarlo todo
para seguirle compartiendo vida y misión. Como expresaba el Santo Padre
Benedicto XVI, «la vocación no es fruto de ningún proyecto humano o de una
hábil estrategia organizativa. En su realidad más honda, es un don de Dios, una
iniciativa misteriosa e inefable del Señor, que entra en la vida de una persona
cautivándola con la belleza de su amor, y suscitando consiguientemente una
entrega total y definitiva a ese amor divino (cf. Jn 15,
9.16)»[53].
El
significado de la vocación lo encontramos en la respuesta que Jesús da a Juan y
Andrés, discípulos de Juan el Bautista, cuando le preguntan dónde vivía. «Venid
y veréis» (Jn 1, 39), les responde el Maestro. Dios es quien tiene la
iniciativa, quien llama; y toda vocación cristiana es un don suyo que tiene
lugar en la Iglesia y mediante la Iglesia, que es el lugar en que las vocaciones
se generan y educan. La vocación cristiana en todas sus formas es un don
destinado al crecimiento del Reino de Dios en el mundo, a la edificación de la
Iglesia. La vocación sacerdotal se ordena a estos fines de un modo específico, a
través del sacramento del Orden, con una configuración peculiar con
Jesucristo[54].
La
historia de toda vocación sacerdotal comienza con un diálogo en el que la
iniciativa parte de Dios y la respuesta corresponde al hombre. El don gratuito
de Dios y la libertad responsable del hombre son los dos elementos fundamentales
de la vocación. Así lo encontramos siempre en las escenas vocacionales descritas
en la Sagrada Escritura. Y así continúa a lo largo de la historia de la Iglesia
en todas las vocaciones. Las palabras de Jesús a los Apóstoles, «no sois
vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido» (Jn 15,
16), reflejan esa primacía de la gracia de la vocación, de la elección eterna en
Cristo (cf. Ef 1, 4-5)[55].
Es
imposible describir las fases y los episodios de cada vocación, porque la
vocación es personal, diversa e intransferible en cada persona. Dios llama a
cada uno según su voluntad de amor y con un gran respeto por la libertad que
tiene el sujeto para abrir la puerta al Señor a fin de que se adentre en el
interior del que es llamado. Los caminos del Señor pueden tomar la forma de
descabalgar súbitamente a Pablo del caballo que le conducía por la vida, o
tomar la forma de una suave y persistente inclinación en el ánimo que
experimenta el llamado desde su infancia. En todo caso, las biografías de los
sacerdotes santos pueden ilustrarnos acerca de los momentos decisivos de su
vocación.
Lo
que sí podemos es fijar nuestra mirada en las vocaciones de los apóstoles
narradas por los evangelios. Según narra el evangelio de san Marcos (3, 13-15),
«Jesús subió al monte, llamó a los que quiso y se fueron con él. E instituyó
doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar, y que tuvieran
autoridad para expulsar a los demonios». San Lucas, por su parte, subraya la
oración previa de Jesús: «En aquellos días, Jesús salió al monte a orar y pasó
la noche orando a Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió
de entre ellos a doce, a los que también nombró Apóstoles» (Lc 6,
12-13).
El
papa Benedicto XVI, en su libro Jesús de Nazaret, subraya que «la
elección de los discípulos es un acontecimiento de oración; ellos son, por así
decirlo, engendrados en la oración, en la familiaridad con el Padre. Así, la
llamada de los Doce tiene, muy por encima de cualquier otro aspecto funcional,
un profundo sentido teológico: su elección nace del diálogo del Hijo con el
Padre y está anclada en él. También se debe partir de ahí para entender las
palabras de Jesús: «Rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su
mies» (Mt 9, 38): a quienes trabajan en la cosecha de Dios no se les
puede escoger simplemente como un patrón busca a sus obreros; siempre deben ser
pedidos a Dios y elegidos por Él mismo para este servicio»[56].
Jesús
les llama a estar con Él, a ser sus compañeros, a formar con Él una comunidad de
vida. Estar con Jesús equivale a seguirle ya que Él tiene palabras de Vida
eterna; escucharle en todas y cada una de sus palabras; imitarle, con la
inspiración y la interpretación que da el Espíritu al seguimiento de la Palabra
que es Jesús mismo. Estar con Él para que lo puedan conocer, para que puedan
penetrar el misterio de su vida, de su unión con el Padre. Por eso les procura
una formación más amplia y profunda que al resto de los discípulos, comparte
con ellos la vida diaria y están siempre presentes en los momentos más
trascendentales, les enseña a rezar, responde a sus interrogantes, y los va
preparando para que sean partícipes de su misión.
El
objetivo de la llamada es doble: la comunión con Él y la participación en su
misión. Por eso los enviará a predicar con poder para arrojar los demonios «y
curar toda enfermedad y toda dolencia» (Mt 10, 1). Los envía a anunciar
el Evangelio, a llevar su mensaje por todo el mundo, a ser testigos suyos ante
los hombres. No son meros repetidores de una doctrina aprendida, sino
comunicadores de su palabra, de los misterios del Reino, de Cristo mismo. Los
envía para que den testimonio ante los hombres de lo que han visto y oído, de lo
que han experimentado. Los envía a llevar la salvación a los confines de la
tierra.
Tal
como relata san Marcos, Jesús «llamó a los que quiso». La llamada es una
decisión del Señor. Se trata ante todo de un don, de una gracia de Dios. No es
un derecho del hombre, ni el resultado de un proyecto personal. Por eso no cabe
ningún tipo de manipulaciones que pudieran inclinar la balanza de la decisión
en una dirección concreta. También debe quedar excluido todo planteamiento del
sacerdocio como posible camino de promoción social o de modus vivendi. El
sacerdocio es un don de Dios que ha de producir una respuesta de gratitud y
confianza por parte de la persona llamada, y una esperanza firme en la fidelidad
de Dios[57].
La
gracia de la llamada y la libertad en la respuesta no se oponen ni se
contradicen. No se podría considerar una respuesta positiva como válida si no
se da desde la libertad, que es una condición esencial para la vocación. Vemos
en los relatos evangélicos que hay ocasiones en que se da una respuesta negativa
a la llamada de Jesús, como en el caso significativo del joven rico, debido a
las exigencias que comporta el seguimiento (cf. Mt 19, 16-26). En este
caso es debido a las ataduras de la riqueza. En otros casos puede ser debido a
condicionamientos sociales y culturales[58].
También
puede darse el caso de personas que tienen buena voluntad y quieren seguir ese
camino, pero no es esa la voluntad de Dios, que tiene dispuesto un camino
diferente para ellas. En el Evangelio encontramos un caso típico de esta
situación en el endemoniado que es curado por Jesús en el territorio de los
gerasenos (cf. Mt 5, 1-20). Pide al Maestro formar parte de aquel grupo
de los que estaban más próximos a Él, pero Jesús le encomienda una misión
diferente: volver a casa con los suyos y anunciarles que el Señor ha tenido
misericordia de él y le ha curado.
Cuando
entran en conjunción las dos voluntades se realiza el ideal. La voluntad de Dios
que llama y la del hombre que responde positivamente desde su libertad. Este es
el modelo, el ejemplo que encontramos en la llamada de los cuatro primeros
discípulos (cf. Mt 4, 18-21). La respuesta de Pedro, Andrés, Santiago y
Juan será inmediata: dejando redes, barcas y familia, siguen a Jesús. Esa es la
respuesta que antes dieron los profetas y todos los llamados a alguna misión en
el Antiguo Testamento, después los apóstoles y discípulos en el Nuevo Testamento
y también es la respuesta que se da en el tiempo de la historia de la Iglesia
hasta la consumación de los siglos.
2.3.
El camino de las mediaciones
La
vocación sacerdotal es una relación que se establece entre Dios y el hombre en
lo interior de la conciencia, en lo profundo del corazón, a partir de una
llamada que provoca una respuesta. Es un misterio inefable que se realiza en la
Iglesia, que está presente y operante en toda vocación. El camino habitual en
toda vocación es que el Señor se sirva de la mediación de la Iglesia a través de
personas que suscitan, acompañan en el proceso y ayudan al candidato en el
discernimiento[59].
El
beato Juan Pablo II nos ofrece en Pastores dabo vobis un criterio
orientador al poner como ejemplo a Andrés, uno de los dos primeros discípulos
que siguieron a Jesús, que después de encontrarse con el Maestro explica a su
hermano Simón lo que le había sucedido y más tarde lo lleva junto a Jesús.
Posteriormente el Señor llamará a Simón diciéndole: «Tú eres Simón, el hijo de
Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro)» (Jn 1, 42). La
iniciativa de la llamada es de Jesús, que llama a Simón e incluso le da un nuevo
nombre. Ahora bien, Andrés ha aportado su colaboración, ha propiciado el
encuentro de su hermano con el Maestro[60].
El
núcleo de la pastoral vocacional de la Iglesia, la clave, el método a seguir,
encuentra su inspiración en esta acción que lleva a cabo Andrés con su hermano
Pedro de «llevarlo a Jesús». Esta es la forma con la que la Iglesia cuida del
nacimiento y crecimiento de las vocaciones ejerciendo las responsabilidades
propias de su ministerio. La Iglesia tiene el derecho y el deber de promover el
nacimiento de las vocaciones sacerdotales y de discernir la autenticidad de las
mismas, y después, de acompañarlas en el proceso de maduración a través de la
oración y la vida sacramental; a través del anuncio de la Palabra y la
educación en la fe, con la guía y el testimonio de la caridad.
En la
tarea de la pastoral vocacional todos somos responsables[61]. La
responsabilidad recae en la comunidad eclesial, en todos los estamentos y
ámbitos del Pueblo de Dios. El primer responsable es el obispo, que está llamado
a promover y coordinar las iniciativas pertinentes. Los presbíteros han de
colaborar con entrega, con un testimonio explícito de su sacerdocio y con celo
evangelizador. Los miembros de la vida consagrada aportarán un testimonio de
vida que pone de manifiesto la primacía de Dios a través de la vivencia de los
consejos evangélicos. Los fieles laicos tienen una gran importancia,
especialmente los catequistas, los profesores, los educadores, los animadores
de la pastoral juvenil. También hay que implicar a los numerosos grupos,
movimientos y asociaciones de fieles laicos. Por último, es preciso promover
grupos vocacionales cuyos miembros ofrezcan la oración y la cruz de cada día,
así como el apoyo moral y los recursos materiales.
La
familia cristiana tiene confiada una responsabilidad particular, puesto que
constituye como un «primer Seminario»[62]. Actualmente la institución familiar
atraviesa no pocas dificultades, pero la Iglesia sigue confiando en su capacidad
educativa y de transmitir aquellos valores que capacitan al sujeto para plantear
su existencia desde la relación con Dios. El futuro de las vocaciones se forja,
en primer lugar, en la familia. Para ello es una condición imprescindible que la
familia cristiana esté abierta a la vida, cumpliendo generosamente el servicio a
la vida que le corresponde y aplicándose con dedicación y esmero en la tarea de
educar a los hijos en la fe. La presencia y cercanía del sacerdote en este
proceso será de gran ayuda y a la vez será un referente en el ámbito
vocacional.
El
discernimiento vocacional
El
discernimiento es necesario para descubrir la voluntad de Dios a través de los
signos presentes en el camino de la vida. Hay que analizarlos a partir de la
oración y la reflexión compartida, en un contexto comunitario-eclesial, desde
la plena libertad personal, y desde la recta intención por parte de todos. Para
que esta mediación sea realmente eficaz se debe superar la posible tentación de
presionar a la persona para que siga nuestra voluntad en lugar de ayudarle a
descubrir la voluntad de Dios. A la vez, es preciso evitar el peligro del
extremo opuesto, el de excluir cualquier tipo de propuesta vocacional por miedo
a condicionar su libertad.
A lo
largo del proceso de discernimiento no hay que esperar manifestaciones
extraordinarias o acontecimientos espectaculares, más bien hay que estar
atentos a los signos de vocación que tienen lugar en medio de la vida cotidiana
para percibir el designio divino. La voz del Señor se suele expresar de dos
modos, uno interior y otro exterior. El modo interior es el de la gracia, el del
Espíritu Santo, el del Señor que llama en la profundidad insondable del alma
humana, que atrae en lo más hondo del corazón. El modo exterior es el visible,
el comunitario, el eclesial, el de las mediaciones humanas que el Señor ha
querido y ha instituido en la Iglesia[63].
3.
Lugares de llamada y propuestas para la acción pastoral
En la
Vigilia de oración con los sacerdotes, durante los actos de clausura del Año
Sacerdotal, el papa Benedicto XVI afirmaba: «En el mundo de hoy casi parece
excluido que madure una vocación sacerdotal; los jóvenes necesitan ambientes en
los que se viva la fe, en los que se muestre la belleza de la fe, en los que se
vea que este es un modelo de vida, ‘el’ modelo de vida y, por tanto, ayudarles a
encontrar movimientos, o la parroquia u otros contextos, donde realmente estén
rodeados de fe, de amor a Dios, y así puedan estar abiertos a fin de que la
vocación de Dios llegue y les ayude»[64]. Ciertamente, la situación es muy
difícil, pero el Espíritu sopla donde quiere y no se puede apagar su voz.
Nuestra tarea consistirá en colaborar humildemente a través de la promoción y
del acompañamiento de las vocaciones. En este capítulo presentaremos en primer
lugar algunos lugares de llamada y después también concretaremos diferentes
propuestas de pastoral vocacional. Finalmente, subrayaremos la fuerza y la
importancia del testimonio sacerdotal.
3.1. Lugares y ambientes propicios para la llamada
En
primer lugar enumeraremos algunos lugares y ambientes que tradicionalmente se
han considerado fundamentales para la promoción de las vocaciones. A la vez,
será preciso hacer gala de creatividad evangélica para descubrir nuevas
posibilidades que nos permitan propuestas nuevas en un tema tan vital para la
vida de la Iglesia.
3.1.1.
Parroquia y comunidades cristianas
La
celebración litúrgica y la vida de oración
La
celebración litúrgica tiene una función muy importante en la pastoral
vocacional. Es la fuente de donde mana toda la fuerza de la Iglesia y la cumbre
a la cual tiende toda su actividad. Impulsa a los fieles a vivir con intensidad
su fe, a actuar con la caridad de Cristo y a buscar su voluntad. Por eso es una
gran escuela de la respuesta a la llamada de Dios. Las celebraciones litúrgicas,
especialmente las eucarísticas, sitúan al creyente en comunicación con el
misterio de la Pascua, descubren el verdadero rostro de Dios, y también
manifiestan el rostro de la Iglesia. La grandeza del misterio celebrado, su
fuerza y su capacidad transformadora, son lugar de encuentro y de llamada. Por
eso es tan importante celebrar con dignidad y esmero, y ayudar a los jóvenes a
vivir las celebraciones con profundidad en el seno de la comunidad
cristiana[65].
La
oración personal, en especial la meditación de la Palabra de Dios, constituye
asimismo un espacio privilegiado para que el joven pueda descubrir el sentido
profundo de su vida, la verdad de su ser y la voluntad de Dios. «Por eso es
necesario educar, especialmente a los muchachos y a los jóvenes, para que sean
fieles a la oración y meditación de la Palabra de Dios. En el silencio y en la
escucha podrán percibir la llamada del Señor al sacerdocio y seguirla con
prontitud y generosidad»[66]. Por otra parte, la primera y fundamental actividad
de pastoral vocacional es justamente la oración por las vocaciones. De ahí que
toda la Iglesia diocesana ha de rezar incesantemente por las vocaciones,
particularmente las comunidades de vida contemplativa y los
enfermos[67].
La predicación y la enseñanza
La
Iglesia debe llevar a cabo un anuncio claro y directo sobre el misterio de la
vocación en general, fomentando una cultura de la vocación, de modo que todos
los jóvenes lleguen a plantearse la propia vida como una vocación. También le
corresponde anunciar la grandeza y la belleza del sacerdocio ministerial, su
necesidad para el Pueblo de Dios y para el mundo de hoy, así como para el
futuro de la nueva evangelización. Por eso se hace necesaria en el ámbito del
ejercicio de su misión profética y de educación de la fe una presentación de la
importancia del ministerio sacerdotal explícita y sin ambigüedades.
Si se
silencia el evangelio de la vocación, no se anuncia la Buena Nueva completa,
porque la vocación forma parte del contenido de la evangelización. La invitación
al seguimiento y el envío misionero son parte integrante de la Palabra de Dios
que es dirigida a los hombres. Y en este sentido, además de la Palabra anunciada
a todos, entra en juego la palabra dirigida a cada uno en particular. Jesús
llamó a todos a la conversión y a la salvación, y también llamó a algunos a un
seguimiento en radicalidad y totalidad. Es, pues, necesario el anuncio expreso,
personal y comunitario, de la Palabra, de la que forma parte el evangelio de la
vocación.
Si la
fe nace de la escucha de la Palabra de Dios (cf. Rom 10, 17), lo mismo se
puede decir de la vocación. Por eso, las personas que intervienen a lo largo del
proceso educativo, especialmente los sacerdotes, han de proponer con toda
normalidad la vocación al presbiterado a aquellos jóvenes en los que se aprecian
los dones y las cualidades necesarias. Ha de ser una propuesta clara y
concreta, que si se hace con la palabra adecuada y en el momento oportuno,
puede llegar a ser determinante, y a provocar en ellos una respuesta generosa y
comprometida. También es muy importante que la propuesta vaya acompañada por un
testimonio sacerdotal de gozo y entrega, capaz de generar interrogantes y de
conducir a decisiones definitivas[68].
La
acción caritativa y social
La
Iglesia es una comunidad de amor, de caridad. La caridad de la Iglesia es una
manifestación del amor de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. El amor hacia los
necesitados y las acciones consecuentes para remediar sus males constituyen una
tarea esencial para la Iglesia, forman parte de su naturaleza más profunda,
porque la actividad de la Iglesia en todos sus miembros ha de ser expresión del
amor de Dios. Un amor recibido, compartido, que busca el bien propio y el de la
comunidad cristiana y que se proyecta buscando el bien de todo ser humano
necesitado. Este ámbito de la acción caritativa y social de la Iglesia es,
ciertamente, un lugar propicio para el encuentro con el Señor, para escuchar su
llamada y para que florezcan auténticas vocaciones.
En
esta dimensión esencial de la pastoral de la Iglesia, encontramos un punto de
convergencia con el mundo del voluntariado. Como ya hemos dicho previamente, al
hablar de las posibilidades que el contexto actual presenta a la pastoral
vocacional, los jóvenes de hoy muestran una particular sensibilidad respecto a
las personas que padecen cualquier tipo de necesidad y pobreza en los países
del Tercer Mundo, así como en las diferentes exclusiones y pobrezas que se
padecen también en el Cuarto Mundo. Muchos de ellos se comprometen en tareas de
servicio a través de diferentes voluntariados.
En
una sociedad que se caracteriza por el materialismo y el consumismo, en la que
casi todo se puede conseguir con dinero, el hecho de que los jóvenes entren por
la vía del servicio desinteresado, que vivan la pedagogía de la gratuidad, es un
motivo de esperanza y un camino adecuado para el encuentro con Cristo a través
de los pobres, de los necesitados, de los que sufren. Muchos jóvenes han
encontrado por este camino sentido a sus vidas, y se han encontrado consigo
mismos, con los demás y con Dios. El servicio desinteresado a través del
voluntariado, motivado evangélicamente y alimentado desde la oración, ofrece
enormes posibilidades para que el joven descubra el servicio de la caridad y se
abra a un compromiso de especial consagración.
Grupos,
asociaciones y movimientos
Dirigiéndose
a los seminaristas, el papa Benedicto XVI les decía que la vocación sacerdotal
«a menudo surge en las comunidades, especialmente en los movimientos, que
propician un encuentro comunitario con Cristo y con su Iglesia, una experiencia
espiritual y la alegría en el servicio de la fe»[69]. El Papa no duda en
afirmar, por ello, que «los movimientos son una cosa magnífica». Al mismo
tiempo, siempre en relación a ellos, continúa diciendo que «se han de valorar
según su apertura a la común realidad católica, a la vida de la única y común
Iglesia de Cristo, que en su diversidad es, en definitiva, una
sola»[70].
De
las palabras del Santo Padre es fácil entender el aprecio y el interés que la
pastoral vocacional ha de tener hacia las diversas asociaciones y movimientos de
la Iglesia, por ser «un campo particularmente fértil para el nacimiento de
vocaciones consagradas y ambientes propicios de oferta y crecimiento
espiritual»[71]. Ellos han ejercido una influencia decisiva en la opción
vocacional de muchos jóvenes y, por tanto, «deben ser sentidos y vividos como un
regalo del espíritu que anima la institución eclesial y está a su
servicio»[72].
Este
último punto es del todo imprescindible. Los agentes de la pastoral vocacional
deben contar con todas las asociaciones y movimientos juveniles de la Iglesia,
sin ningún tipo de restricciones. No sería lícito cerrar las puertas de un
proceso vocacional a un joven por la única razón de pertenecer a uno de estos
movimientos o asociaciones, ni tampoco apartarlos o invitarles a cortar con «el
ambiente que ha contribuido a su decisión vocacional»[73]. Aunque sí que es
necesario advertir que tales asociaciones y movimientos deben trabajar en común
respeto y colaboración sincera al servicio de la Iglesia universal y diocesana,
y confiar en los cauces que ofrecen las diócesis para el fomento de las
vocaciones y la formación de los futuros sacerdotes.
La
dirección espiritual
La
dirección o acompañamiento espiritual ocupa un «lugar» indispensable en la
pastoral vocacional. Se trata, ante todo, de un diálogo en la fe, un diálogo
espiritual, en el seno de la Iglesia, para descubrir la voluntad de Dios y
seguirla, y para crecer incesantemente en el proceso de santificación personal.
También es muy importante para descubrir la vocación específica. Por eso es
necesario seguir recuperando la gran tradición del acompañamiento espiritual
individual por parte de los sacerdotes, en el ámbito de la pastoral juvenil y
vocacional. Una tarea nada fácil pero que ha dado siempre frutos preciosos en la
vida de la Iglesia, y que es especialmente importante en el campo
vocacional[74].
En
este camino de acompañamiento tiene lugar una relación interpersonal de las dos
personas que intervienen en el proceso, más la relación de ambas con Dios, que
ilumina y está presente a lo largo de todo el camino. Se trata de ayudar al
sujeto a eliminar los obstáculos, facilitar la vivencia de su relación de fe en
Dios y ayudarle a descubrir su vocación específica. Como destacaba el cardenal
Montini, «es medio pedagógico muy delicado, pero de grandísimo valor; es arte
pedagógico y psicológico de grave responsabilidad en quien la ejerce; es
ejercicio espiritual de humildad y de confianza en quien la
recibe»[75].
Recientemente
el Santo Padre Benedicto XVI ha vuelto a recordar la importancia de esta
práctica para todo cristiano, y especialmente para los que han recibido la
llamada a una especial consagración[76]. La dirección espiritual es un ámbito
propicio y una ayuda conveniente para llevar a cabo la tarea de discernimiento
que con tanta frecuencia se debe realizar a lo largo de la vida, en primer
lugar, para tomar decisiones menores en la vida corriente, y especialmente para
las grandes decisiones en el camino de la vida cristiana y de la vocación
personal específica.
3.1.2.
La familia
Es
necesario cuidar el ámbito familiar del joven, con el fin de recuperarlo
como su primer lugar de educación en la fe. El trabajo por las familias y con
las familias favorece el nacimiento y la consolidación de las vocaciones al
sacerdocio y a la vida consagrada. En este sentido, el papa Benedicto XVI
explicaba cómo los padres pueden ser generadores de vocaciones: «cuando se
dedican generosamente a la educación de los hijos, guiándoles y orientándoles en
el descubrimiento del plan de amor de Dios, preparan ese fértil terreno
espiritual en el que florecen y maduran las vocaciones al sacerdocio y a la vida
consagrada»[77].
Actualmente
nos encontramos con unas dificultades nuevas que están presentes en el interior
mismo de las familias cristianas. No es fácil que broten vocaciones al
sacerdocio en un ambiente de secularización y consumismo como el nuestro. Por
eso, la primera tarea consiste en ayudar a los padres a superar los
condicionamientos y presiones de la cultura dominante. En una sociedad que ha
perdido en buena parte el sentido religioso, resulta un tanto extraño el hecho
de la vocación sacerdotal, que implica la realidad de un Dios que llama y de una
persona que responde con un compromiso definitivo. La influencia negativa de la
secularización afecta a la misma concepción del matrimonio y de la familia. Si
la vocación matrimonial se resiente, también lo hace la familia como lugar de
educación vocacional.
Una
característica de nuestro tiempo es el descenso alarmante de la natalidad, que
amenaza el futuro mismo de nuestras sociedades europeas y que influye
lógicamente en el descenso de vocaciones. También se ha de tener en cuenta que
la valoración social del ministerio sacerdotal no es la misma que en otras
épocas, y este factor no deja de influir en las mismas familias y en el apoyo
que estas han de ofrecer a los candidatos, que queda bastante debilitado. Ahora
bien, estas dificultades han de ser asumidas con realismo y esperanza, de tal
modo que se conviertan en oportunidades para el trabajo de pastoral vocacional,
y, sin duda, servirán para también purificar la intención de los candidatos y
asegurar una mayor autenticidad.
La
familia es el ámbito primero y natural de la pastoral vocacional. La llamada de
un hijo al sacerdocio es signo de la fecundidad espiritual con que Dios bendice
la familia cristiana. Es preciso potenciar la cultura de la vida y la cultura de
la vocación para que vayan impregnando el ámbito familiar, para que los
matrimonios acojan generosamente el don de la vida y valoren la vocación
sacerdotal de un hijo como el mayor regalo de Dios. Así sucede cuando la familia
mantiene su identidad, es ella misma, es auténticamente una Iglesia doméstica.
Los padres están llamados a educar a sus hijos en la fe y en la disponibilidad y
seguimiento de la llamada de Dios. De esta forma, la familia se convierte en el
primer seminario donde pueden germinar las semillas de vocación[78].
3.1.3.
Instituciones de educación y ámbitos formativos
El
seminario mayor
El
seminario mayor es una comunidad educativa, un ámbito espiritual que favorece y
asegura un proceso formativo, de manera que los candidatos puedan llegar a ser,
con el sacramento del Orden, una imagen viva de Jesucristo[79]. Su identidad
profunda y su sentido es continuar en la Iglesia la experiencia de formación que
el Señor realizó con los doce Apóstoles. La vida en el seminario es una escuela
de seguimiento de Cristo, un tiempo privilegiado para dejarse educar por Él con
la finalidad de aprender a dar la vida por Dios y por los hermanos. En dicha
comunidad ha de reinar la amistad, el clima de familia, la caridad que alimenta
el sentido de comunión con el obispo y con la Iglesia.
El
significado original y específico de la formación de los candidatos al
sacerdocio es vivir en el seguimiento de Cristo, dejarse educar por Él para el
servicio del Padre y de los hombres, bajo la guía del Espíritu Santo; dejarse
configurar con Cristo, Buen Pastor. En definitiva, formarse para el sacerdocio
es aprender a dar una respuesta que compromete toda la existencia a la pregunta
de Cristo: «¿Me amas?» (Jn 21, 15). Una respuesta que no es otra que la
entrega total de la vida. El fundamento de la vocación sacerdotal es el diálogo
de amor, la mirada de amor que tiene lugar entre el Señor y la persona que
recibe su llamada[80].
Los
seminaristas tienen un lugar muy importante en la promoción vocacional por la
fuerza que tiene su testimonio de seguimiento de la llamada del Señor ante los
otros jóvenes. El seminario ha de convertirse en el corazón de la pastoral
vocacional mediante contactos, invitaciones, cursillos, días de puertas
abiertas u otras actividades en las que puedan participar los candidatos y
aquellos que manifiesten inquietud vocacional. De este modo, se convierte en un
verdadero estímulo y ofrece la oportunidad de un conocimiento más cercano del
mundo vocacional a la juventud, de manera que pueda ofrecer un testimonio
significativo en el ámbito de la pastoral juvenil, y una colaboración eficaz en
la pastoral vocacional[81].
El
seminario menor y otras formas de
acompañamiento
La
primera manifestación de la vocación nace normalmente en la pre-adolescencia o
en los primeros años de la juventud. A través del seminario menor, la Iglesia
toma bajo su cuidado los primeros brotes de vocación sacerdotal sembrados en los
corazones de los niños y adolescentes. Actualmente estos seminarios continúan
desarrollando una preciosa labor educativa en muchas diócesis, favoreciendo su
formación humana y espiritual y acompañando su proceso vocacional hasta el
seminario mayor[82]. En este sentido, es necesario que se conceda al seminario
menor la importancia que merece en la vida de la diócesis, en la que debe estar
insertado vitalmente[83].
El
concilio Vaticano II, en el Decreto conciliar Optatam totius, sobre la
formación sacerdotal señala que: «En los seminarios menores, erigidos para
cultivar los gérmenes de la vocación, los alumnos se han de preparar por una
formación religiosa peculiar, sobre todo por una dirección espiritual
conveniente, para seguir a Cristo Redentor con generosidad de alma y pureza de
corazón. Su género de vida, bajo la dirección paternal de los superiores con la
oportuna cooperación de los padres, sea la que conviene a la edad, espíritu y
evolución de los adolescentes y conforme en su totalidad a las normas de la sana
psicología, sin olvidar la adecuada experiencia segura de las cosas humanas y la
relación con la propia familia»[84].
Donde
no cabe posibilidad de establecer el seminario menor en sentido estricto se
pueden contemplar otras posibilidades para el acompañamiento de los primeros
brotes de vocación sacerdotal a través de grupos vocacionales, que pueden
ofrecer un ambiente comunitario y una guía sistemática en el crecimiento y
maduración de la vocación[85].
Los
colegios diocesanos y las escuelas católicas
Los
colegios diocesanos y las escuelas católicas constituyen otro de los ambientes
en donde puede crecer la semilla vocacional.
Es de
gran importancia que los proyectos educativos sean equilibrados y completos y
que los educadores cristianos sepan valorar el crecimiento espiritual, integrar
la fe en la vida y orientar a los niños y los jóvenes en su opción de vida. Los
educadores, además de competencia y preparación, deben tener un firme sentido
de pertenencia eclesial. El cuidado especial de las clases de religión y de
otras actividades de carácter religioso, así como un programa de actividades
extraescolares, en donde se promueva la dimensión vocacional, pueden ser
momentos verdaderamente oportunos y fecundos.
Es
muy importante la presencia del sacerdote en los colegios, con la clase de
religión, en las actividades lúdicas de los jóvenes, etc. Es necesario que cada
escuela católica tenga al menos un director espiritual, y asimismo sería de gran
valor incorporar la figura del promotor vocacional. Su función debería estar
coordinada con los sacerdotes de las parroquias cercanas, o con los delegados
de la pastoral vocacional diocesana.
Otros
ambientes
Finalmente,
vemos la necesidad de mencionar otros ambientes donde la pastoral vocacional
puede encontrar un buen terreno para la siembra del evangelio de la vocación.
Clubes infantiles y juveniles donde desarrollar actividades lúdicas y deportivas
en conexión con aquellas más formativas en la fe y en la vocación. Se trata de
ambientes que suponen un auténtico desafío para el trabajo vocacional y que se
deben abordar con audacia y convicción. En todos ellos ha estado siempre muy
presente la acción pastoral y evangelizadora de la Iglesia.
Nos
referimos también al ámbito universitario y al mundo de la cultura. La
evangelización de la cultura y la inculturación de la fe implican un diálogo de
búsqueda de la verdad. El beato Juan Pablo II señalaba que «la síntesis entre
cultura y fe no es solo una exigencia de la cultura, sino también de la fe...
Una fe que no se hace cultura es una fe que no es plenamente acogida,
completamente pensada o fielmente vivida»[86]. En el encuentro del papa
Benedicto XVI con profesores universitarios jóvenes les recordó que «la
Universidad ha sido, y está llamada a ser siempre, la casa donde se busca la
verdad propia de la persona humana»[87]. Este es el mejor camino para una
pastoral universitaria seria e integral, en una clave que se conecta muy
fácilmente con la pastoral vocacional.
3.1.4.
Eventos diocesanos, nacionales e internacionales
Las
múltiples actividades pastorales que tienen como protagonista principal el
mundo de los jóvenes se pueden convertir en una excelente oportunidad para
sembrar la semilla de la vocación.
Desde
los eventos organizados a nivel diocesano, como son las peregrinaciones,
campamentos y encuentros, hasta aquellos de mayor magnitud, como pueden ser las
Jornadas Mundiales de la Juventud, son momentos que suscitan en el joven una
apertura sincera a los valores trascendentes, crece en ellos el deseo de una
relación intensa con el Señor y también el sentido de pertenencia a la Iglesia.
Se experimenta, comunitaria y personalmente, la alegría de ser discípulo de
Cristo y miembro de su Cuerpo, la Iglesia. La celebración de la reciente JMJ en
Madrid lo ha vuelto a poner de manifiesto.
La
existencia de una revista vocacional, o de una publicación periódica que informe
a toda la diócesis sobre la vida del seminario, podría ser un buen instrumento,
no solo para que la vocación al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada
estuviera presente en el resto de pastorales de la diócesis –ofreciendo, por
ejemplo, algunos materiales para trabajar en los diversos campos de la
pastoral–, sino también para que sean conocidas las actividades específicas y
aquellos eventos más importantes relacionados con la pastoral de las
vocaciones.
3.2.
Algunas propuestas pastorales
Aunque
hemos ido ofreciendo diferentes pautas pastorales al hablar de los ambientes y
lugares propicios para sembrar la semilla de la vocación, nos proponemos ahora
enumerar algunos consejos prácticos y líneas de acción que, a la luz de cuanto
hemos ido exponiendo, pueden ayudar a renovar nuestra pastoral juvenil y
vocacional.
Oración
La
principal actividad de la pastoral vocacional de la Iglesia es la oración, que
reconoce que las vocaciones son don de Dios y como tal se lo pide. La Iglesia
pide al Dueño de la mies que envíe obreros a los sembrados. Cuando en 1963 el
papa Pablo VI instituyó la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, y no
simplemente la «Jornada de las Vocaciones», subrayó, precisamente, que la
Iglesia no es la fuente de las vocaciones, sino que su tarea fundamental es orar
por las vocaciones, como don de Dios que son. En la oración se manifiesta
fundamentalmente la solicitud del Pueblo de Dios por las vocaciones. Se ha de
alentar a los fieles a tener la humildad, la confianza, la valentía de rezar con
insistencia por las vocaciones, de llamar al corazón de Dios para que nos dé
sacerdotes[88].
Tiene
especial importancia la celebración del Día del Seminario, en la fiesta de San
José o en una fecha próxima a esta fiesta. Esta celebración tiene una gran
importancia en orden a la sensibilización vocacional de cada diócesis. Es
recomendable que el obispo pueda, en una carta o en una comunicación pastoral,
exponer a su comunidad diocesana la realidad y las necesidades vocacionales, de
su seminario, etc. También son recomendables iniciativas que acerquen la
comunidad diocesana al seminario. En este sentido, diversas iniciativas pueden
concretar esta solicitud:
- Jueves
vocacionales en las parroquias.
- Grupos
de oración por las vocaciones.
- Introducir
una petición vocacional en las preces parroquiales cada domingo.
- Cadena
de oración por las vocaciones.
- Actividades varias y encuentros de oración en el seminario abiertos a los alumnos de las escuelas católicas: Vísperas y exposición del Santísimo los domingos, etc.
Vigilias
mensuales, semanas vocacionales, festival de la canción vocacional, promoción
del mensaje del Santo Padre con ocasión de la Jornada Mundial de Oración por las
Vocaciones, convivencias, Día del Buen Pastor...
Palabra
de Dios
En el
marco de la pastoral vocacional, desde el diálogo con Dios, que ha tenido a bien
revelarse por Cristo, Palabra hecha carne, resulta imprescindible el recurso
frecuente a la Palabra de Dios, ya que «mediante la fuerza y la eficacia de la
Palabra [Dios] genera un camino de esperanza hacia la plenitud de la vida [...];
puede trazar una senda que pasa por Jesús, “camino” y “puerta”, a través de su
cruz, que es plenitud de amor»[89]. En este punto podría ser muy válido para la
pastoral juvenil y vocacional la elaboración de materiales que presenten pasajes
y personajes bíblicos en clave vocacional.
En la
exhortación apostólica Verbum Domini el Santo Padre destaca que Cristo,
Palabra de Dios entre nosotros, «llama a cada uno personalmente, manifestando
así que la vida misma es vocación en relación con Dios. Esto quiere decir que,
cuanto más ahondemos en nuestra relación personal con el Señor Jesús, tanto más
nos daremos cuenta de que Él nos llama a la santidad mediante opciones
definitivas, con las cuales nuestra vida corresponde a su amor, asumiendo tareas
y ministerios para edificar la Iglesia. En esta perspectiva, se entiende la
invitación del Sínodo a todos los cristianos para que profundicen su relación
con la Palabra de Dios en cuanto bautizados, pero también en cuanto llamados a
vivir según los diversos estados de vida»[90].
Vida
sacramental
La
participación activa en la vida sacramental, como verdadero baño de gracia que
recibe el cristiano, es otro de los pilares para una adecuada pastoral juvenil y
vocacional.
Los
sacramentos alimentan la vida de fe en sus diferentes etapas, pues a través de
ellos Cristo Salvador se hace presente de manera eficaz en todos los momentos y
situaciones de nuestra vida. Los sacramentos fortalecen la fe, la esperanza y el
amor, están ordenados a la santificación de las personas y a la edificación de
la Iglesia. Los siete sacramentos acompañan la vida humana desde el inicio hasta
el tránsito final. En este camino, la Eucaristía es fuente y culminación de toda
la vida cristiana y de toda la vida de la Iglesia.
Resulta
significativo comprobar la importancia que tanto Juan Pablo II como Benedicto
XVI han otorgado al sacramento de la Reconciliación entre los jóvenes. Lo
plantean en estrecha conexión con la necesidad de la conversión, para renovar
los corazones y las conciencias, si se quiere vivir la vida en Cristo. Esto
implica la presencia de sacerdotes preparados y disponibles para esta tarea,
como pedía Juan Pablo II: «Ante la pérdida tan extendida del sentido del pecado
y la creciente mentalidad caracterizada por el relativismo y el subjetivismo en
campo moral, es preciso que en cada comunidad eclesial se imparta una seria
formación de las conciencias»[91].
Catequesis
Debemos
subrayar la importancia de la catequesis y del camino de los mandamientos, para
recibir el bien y seguir el impulso interior de la gracia[92]. En este punto se
aprecia la necesaria colaboración que debe existir entre la pastoral
catequética, la pastoral infantil y juvenil y la pastoral vocacional. Es preciso
introducir y desarrollar la cuestión de la vocación en los temarios de las
catequesis de las distintas edades, particularmente en la catequesis de
Confirmación. Podemos afirmar que, en cierto modo, la pastoral vocacional o es
mistagógica o no es tal pastoral. Ha de tener la capacidad de mostrar y ofrecer
la «mística» que acompaña y alumbra el vivir cotidiano de la fe, en ese
dinamismo que es propio del verdadero camino de perfección.
Por
otro lado, el ritmo de la catequesis sacramental ayuda a madurar en la relación
con Cristo y a crecer en amistad con Él de acuerdo a la edad. Es preciso iniciar
a los niños y adolescentes en la vida de oración, en la relación personal con el
Señor, a través de elementos mistagógicos, con la pedagogía apropiada para cada
edad. En el itinerario catequético es muy importante la presencia del sacerdote,
el acompañamiento que ofrece en el proceso de maduración de la fe, su contacto
con las familias y los niños, su testimonio personal.
En el
ámbito educativo, además de intensificar la pastoral vocacional, resulta
conveniente definir cada vez mejor la propuesta formativa general, de modo que
se garantice una preparación humana, intelectual y espiritual que esté a la
altura de los nuevos desafíos que la situación actual plantea a la Iglesia, en
general, y a la respuesta de cada sujeto a la llamada de Dios, en
particular[93]. Esta propuesta formativa ha de ser llevada a cabo desde la
comunión eclesial y desde una efectiva coordinación que propicie en las personas
y en los ambientes una nueva cultura vocacional.
Perspectiva
de la pastoral con jóvenes: llamada a la santidad
La
llamada a la santidad debe ser el punto de partida y el objetivo prioritario de
toda pastoral con los jóvenes. Los jóvenes necesitan un ideal de altura que
comprometa toda su existencia. No hay que tener miedo a los planteamientos de
exigencia en la vida espiritual, en la formación y en el compromiso. Con ese
objetivo se debe trabajar la oración personal, lugar donde se expresa
continuamente por parte de Dios esta llamada y su concreción en la vocación
particular, la contemplación y el silencio. Sobre todo, se recomienda enseñar la
forma común de oración de la Iglesia, es decir, la liturgia. Hemos de buscar que
nuestras comunidades se conviertan en «escuelas de oración», con presencia y
participación activa de los jóvenes.
En
esta misma línea, destacamos la importancia de presentar el testimonio histórico
de los santos como estímulo para identificarse con unos valores que no
coinciden con los «héroes» ni los «triunfadores» de la cultura dominante. Los
santos son un testimonio real de que es posible vivir centrado solo en Cristo,
y que Cristo es capaz de dar sentido y fundamento radical a nuestra
vida.
Ellos
son la verdadera interpretación de la Escritura, ya que han verificado, en la
experiencia de la vida, la verdad del Evangelio.
Plantear
la vida como vocación
La
pastoral vocacional es un elemento unificador de la pastoral en general, en el
sentido de que ayuda a cada persona a descubrir la llamada de Dios, a dar una
respuesta, y, en consecuencia, a encontrar su lugar en la Iglesia y en el mundo.
En consecuencia, debe estar en relación con todas las demás dimensiones de la
pastoral, sobre todo con la pastoral de la infancia y juventud y con la
familiar. Por eso es necesaria una fecunda colaboración pastoral con el ámbito
juvenil y con las familias, de tal manera que los padres sean los primeros
educadores vocacionales[94]. Es necesario implicar a todas las realidades de la
diócesis: parroquias, comunidades, delegaciones, grupos, movimientos y todos
los miembros de la comunidad diocesana.
Para
llevar a cabo todo este apasionante trabajo de sembrar en los jóvenes la pasión
por la persona de Jesucristo y por los grandes ideales del Evangelio es de vital
importancia la asistencia de sacerdotes que promuevan la formación espiritual y
el apostolado entre los jóvenes. A la vez, es necesario que se acompañe
personalmente y en grupos vocacionales a los niños y jóvenes que muestren brotes
de vocación. Preseminarios que ofrezcan reflexión, formación, convivencia, que
sean un espacio y un tiempo adecuado para el discernimiento.
Es
necesario también trabajar a fondo el sentido de pertenencia cordial a la
Iglesia y el amor a la Iglesia, que es la familia de Cristo. No pueden surgir
vocaciones allí donde no se vive un espíritu auténticamente eclesial. De esta
forma, se debe intentar integrar a los jóvenes en la parroquia, en los
movimientos y en la vida de la diócesis, promoviendo todo tipo de actividades de
apostolado juvenil y asociaciones de jóvenes.
Monaguillos
Una
auténtica pastoral vocacional no puede prescindir del trabajo con los
monaguillos. Por ello, en colaboración con el seminario, se recomienda la
organización de encuentros y jornadas de convivencia en las que se vaya
preparando el terreno para la posible respuesta vocacional. Los niños que se
dedican al servicio del altar ya están mostrando de hecho una inclinación a las
cosas sagradas y al servicio del templo. Es preciso ayudarles a superar el
peligro de caer en la rutina, en la superficialidad. Es importante ayudarles a
entrar en el misterio, a familiarizarse con las cosas santas, a vivir las
celebraciones con recogimiento y devoción, a avanzar por el camino de una
auténtica amistad con el Señor.
El
beato Juan Pablo II, en la carta a los sacerdotes con motivo del Jueves Santo
del año 2004, ofrece unas recomendaciones que apuntan a lo esencial: «El grupo
de acólitos, atendidos por vosotros dentro de la comunidad parroquial, puede
seguir un itinerario valioso de crecimiento cristiano, formando como una especie
de pre-seminario (…). Vuestro testimonio cuenta más que cualquier otro medio o
subsidio. En la regularidad de las celebraciones dominicales y diarias, los
acólitos se encuentran con vosotros, en vuestras manos ven “realizarse” la
Eucaristía, en vuestro rostro leen el reflejo del Misterio, en vuestro corazón
intuyen la llamada de un amor más grande. Sed para ellos padres, maestros y
testigos de piedad eucarística y santidad de vida»[95].
Actividades
lúdico-deportivas
La
organización de actividades de orden lúdico-deportivas que estimulen las
relaciones sanas, la convivencia, el respeto mutuo, el sacrificio, etc., en
armonía con momentos de reflexión sobre las cuestiones de la fe y la vida
espiritual, pueden dar origen a momentos propicios para la siembra
vocacional.
En
este mismo orden, pueden ser sugerentes aquellas actividades que a través del
mundo de la cultura (cine-fórums, visitas a museos, conciertos de música,
literatura, conferencias, etc…) buscan despertar la sensibilidad por la belleza
y educan a no medir la realidad según criterios utilitaristas.
Delegación
de pastoral vocacional
El
primer responsable de la pastoral vocacional en la diócesis es el obispo, que
habitualmente nombra un delegado para que atienda más directamente este ámbito
pastoral. Ahora bien, si, como hemos visto, la pastoral vocacional es un
elemento transversal de toda la pastoral, si viene a ser como un elemento
unificador de la misma[96], no puede quedar relegada a una tarea de interés
menor, o en la que reparamos cuando somos acuciados por las urgencias del
momento. Es preciso que se le otorgue la relevancia que le corresponde por sí
misma, que se dediquen los recursos humanos y materiales necesarios, que
impliquemos en ella a toda la comunidad diocesana, y sobre todo, que ocupe un
lugar preferente de interés por parte de los Pastores.
A la
delegación de pastoral vocacional le corresponde promover la oración personal y
comunitaria por las vocaciones, concienciar a todos los fieles y comunidades,
potenciar las acciones pastorales, formar agentes de pastoral vocacional,
elaborar materiales formativos, coordinarse con otras delegaciones diocesanas,
así como con los responsables de la pastoral vocacional de los Institutos de
vida religiosa, consagrada y misionera, presentes en la diócesis. También ha de
promover la dimensión vocacional y la cultura vocacional en las familias,
parroquias y comunidades, movimientos y asociaciones de Iglesia, a través de
encuentros, retiros, y todo tipo de actividades[97]. Todo ello desde la vivencia
de una profunda comunión eclesial.
Plan
Diocesano de pastoral vocacional
En
cada diócesis se debe elaborar y aplicar un Plan Diocesano de pastoral
vocacional (PDPV) que promueva las vocaciones sacerdotales y religiosas a todos
los niveles: en la diócesis, en la parroquia, en la familia, en las escuelas
católicas y demás organizaciones de la Iglesia, como pueden ser las
universidades católicas y otros centros formativos. No se trata únicamente de
que cada creyente descubra y asuma su propia responsabilidad en la Iglesia, sino
también de que hay algunos que dedican su vida a la Iglesia. En efecto, dicho
PDVD deberá mostrar a las familias y a las comunidades cristianas la belleza de
una vida totalmente dedicada a Cristo y a la Iglesia.
El
PDPV ha de reflejar la realidad sociocultural de cada momento y los desafíos
que presenta; los principios de la teología de la vocación como marco y
fundamento doctrinal; los campos de acción, las acciones pastorales, la
organización, los objetivos y los medios para alcanzarlos, las líneas de acción
y la estrategia. Por otra parte, ha de definir con claridad quiénes son los
agentes de animación vocacional y sus cometidos, así como los itinerarios
formativos y el acompañamiento necesario de los candidatos. También ha de servir
para difundir la cultura de la vocación y para la organización de eventos
vocacionales y la participación en eventos de otros ámbitos
pastorales.
Centro
Diocesano de pastoral vocacional
El
Centro Diocesano de pastoral vocacional (CDPV) es el espacio propio de
dinamización de la pastoral vocacional en cada diócesis, integrado normalmente
en la delegación diocesana de pastoral vocacional. Anima, coordina y promueve
las actividades de orientación vocacional bajo la guía y responsabilidad del
obispo. Ha de ser un organismo de comunión y coordinación, y en consecuencia,
alberga en su interior todas las especificidades vocacionales: ministerios
ordenados, vida consagrada, laicado, laicos consagrados y nuevas formas de vida
religiosa. Asimismo, en su estructura y funcionamiento es conveniente que
integre una representación de los diferentes ámbitos diocesanos territoriales y
sectoriales y que mantenga con ellos una fluida colaboración.
Entre
sus principales objetivos cabe señalar: la orientación vocacional en general,
que consta de acogida de los candidatos, acompañamiento en los procesos y
discernimiento para la elección; también debe ofrecer encuentros de oración, de
reflexión y de formación; por otra parte, ha de trabajar para que la pastoral
vocacional vaya convirtiéndose en la perspectiva unitaria de la pastoral en
general; del mismo modo, le corresponde fomentar la cultura vocacional y
difundirla a través de publicaciones y de los diferentes medios posibles;
finalmente, debe atender la formación de los agentes de pastoral vocacional,
proveerlos de los convenientes instrumentos de trabajo y coordinar su
tarea.
Centro
Nacional de pastoral vocacional
Es
muy importante y conveniente la creación de un Centro Nacional de pastoral
vocacional, un lugar específico de servicio de la Conferencia Episcopal Española
a la animación de la pastoral de las vocaciones sacerdotales y de especial
consagración. Podría llegar a ser un lugar privilegiado de estudio y
reflexión sobre la teología de la vocación, sobre los documentos específicos del
Magisterio y las aplicaciones pastorales correspondientes. También sería un
espacio de reflexión sobre la situación sociocultural de cada momento y sobre
los «signos de los tiempos», de forma que se convirtiera en un auténtico
«laboratorio de la vocación» en que se pusieran en común las aportaciones y
experiencias más fructíferas de las distintas diócesis y ámbitos. A la vez,
sería el organismo principal para coordinar los centros diocesanos vocacionales,
y otras organizaciones vocacionales, ya sean de las congregaciones religiosas,
institutos seculares y misioneros, u otras instituciones eclesiales.
3.3.
La fuerza del testimonio
Jesús
resucitado encargó a los Apóstoles «predicar al pueblo, dando solemne testimonio
de que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos» (Hch 10, 42). Los
Apóstoles aparecen en el libro de los Hechos como los testigos de la vida,
Pasión, muerte y Resurrección de Jesucristo. Este anuncio, realizado por
testigos, consiste en proclamar la salvación de Dios, que penetra y
renueva el corazón, que transforma la historia personal y la historia de la
humanidad. Una proclamación que se lleva a cabo a través de un testimonio de
palabra y de vida.
Importancia
del testimonio en el anuncio del Evangelio
El
siervo de Dios Pablo VI destacará con rotundidad la importancia del testimonio
de vida en la evangelización: «Para la Iglesia el primer medio de
evangelización consiste en un testimonio de vida auténticamente cristiana,
entregada a Dios en una comunión que nada debe interrumpir y a la vez
consagrada igualmente al prójimo con un celo sin límites»[98]. En la Audiencia
General del miércoles dos de octubre de 1974 ya avanzó una idea que mantiene
toda su vigencia: «El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los testigos
que a los maestros; o si escucha a los maestros, es por lo que tienen de
testigos»[99].
El
beato Juan Pablo II reforzará la misma idea al señalar que el testimonio es la
primera forma de evangelización. La vida misma del evangelizador, del sacerdote,
del consagrado, de la familia cristiana, de la comunidad cristiana, a través de
la sencillez, de la coherencia, de la caridad con los que sufren, con los más
pobres y necesitados, desde el seguimiento y la imitación de Cristo, se
convierte en la mayor acción evangelizadora y en el mensaje más directo. Porque
el hombre de hoy cree mucho más en los hechos de vida que en las teorías, y
entiende mejor las experiencias que las doctrinas[100].
La
pastoral vocacional es responsabilidad de todos y todos nos hemos de aplicar en
el descubrimiento de los lugares y ambientes propicios para la llamada, así como
en la eficacia de las propuestas y en la creatividad para abrir nuevos caminos.
Ahora bien, es preciso subrayar la importancia de la figura del sacerdote como
un elemento transversal en este trabajo vocacional. No en vano el Santo Padre
Benedicto XVI quiso dedicar el Mensaje para la Jornada Mundial de Oración
por las Vocaciones del año 2010 al tema del testimonio, en el marco de la
celebración del Año Sacerdotal y subrayando que la fecundidad de la pastoral
vocacional depende fundamentalmente de la gracia de Dios, pero también es de
gran valor el testimonio de vida de los sacerdotes[101]
El
valor del testimonio en el evangelio de la vocación
Para
llevar a cabo una renovada pastoral de las vocaciones sacerdotales es
fundamental que los sacerdotes vivan con radicalidad su ministerio, ofreciendo
un testimonio que exprese las actitudes profundas de quien vive configurado con
Cristo y que también se haga visible a través de aquellos signos que
manifiestan su identidad. De esta manera podrán suscitar en los jóvenes el
deseo de entregar su vida al Señor y a los hermanos[102].
1.
Sacerdotes enamorados de Jesucristo, que viven la configuración
con él como el centro que unifica todo su ministerio y toda su existencia.
Hombres de Dios, oyentes de la Palabra, que se entregan a la oración y que son
maestros de oración. Que viven la centralidad de la Eucaristía en su vida
y en su acción pastoral. Que en la celebración eucarística expresan su unión con
Cristo e intensifican dicha unión, ofrecen su vida al Padre y reciben la gracia
para renovar e impulsar su ministerio, se encuentran con los hermanos y
alimentan su caridad pastoral para entregarse a todos, especialmente a los más
pobres y pequeños, a los más desfavorecidos.
2.
Sacerdotes fieles a su misión. Conscientes de la predilección que el
Señor ha mostrado con ellos. Que han respondido generosamente a su llamada, han
seguido su voz y han empeñado su vida en el sagrado ministerio, en ser
prolongadores de la misión que Cristo recibió del Padre y de la cual les ha
hecho partícipes[103]. Sacerdotes que son un «grano de trigo», que renuncian a
sí mismos para hacer la voluntad del Padre, que saben vivir ocultos entre el
clamor y el ruido, que renuncian a la búsqueda de aquella visibilidad y
grandeza de imagen que a menudo se convierten en criterio e incluso en objetivo
de vida de tantas personas del mundo de hoy y que fascinan a muchos
jóvenes[104].
3.
Sacerdotes que hacen de su existencia una ofrenda agradable al Padre, un
don total de sí mismos a Dios y a los hermanos, siguiendo el ejemplo de
Jesús, que cumple la voluntad del Padre dando su vida en la cruz para la
salvación del mundo, que «no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su
vida en rescate por la multitud» (Mc 10, 45). Los sacerdotes viven en
medio de la sociedad haciendo del servicio a Dios y a los demás el eje central
de su existencia, viven la actitud de servicio aceptando la voluntad de Dios,
ofreciendo su vida en totalidad, gastándose y desgastándose por los hermanos,
especialmente por los más pobres y pequeños.
4.
Sacerdotes que sean verdaderos hombres de comunión, que vivan el misterio
de la unión con Dios y con los hermanos como un don divino, fruto del misterio
pascual, desde la diversidad de carismas que supone un enriquecimiento y
una complementariedad dentro de una unidad en la que todos los dones del
Espíritu son importantes para la vitalidad de la Iglesia; pero asimismo desde el
convencimiento de que la unidad es la condición indispensable para ser creíbles
en la presentación del mensaje cristiano, en el anuncio del Evangelio de
Jesucristo. Por eso procuran curar las heridas, tender puentes de diálogo,
promover el perdón en las relaciones humanas, hacer de cada parroquia, de cada
comunidad cristiana, una casa y escuela de comunión.
5.
Sacerdotes llenos de celo por la evangelización del mundo. Celo por la
gloria de Dios y por la salvación de las personas que les han sido encomendadas,
que impregne toda su existencia hasta llegar a olvidarse de sí mismos. Que
estrenan cada día el don de su sacerdocio y fundamentan su trabajo pastoral en
la fe y en la esperanza como único planteamiento valido y realista de verdad,
más allá de las dificultades constatadas o de la cruda realidad. Que vivan una
actitud de insatisfacción sincera, de inconformismo esperanzado, que no se
abandonan jamás a la inercia o a la rutina, convencidos de que la sacudida de la
gracia es capaz de transformar la existencia de sus coetáneos.
6.
Sacerdotes que vivan en radicalidad evangélica, como apóstoles de Cristo
y servidores de los hombres y en relación amorosa con el tiempo, el lugar y
las personas a las que han sido enviados. Conscientes de que es preciso
vivir el momento presente, sin nostalgias de pasado o de futuro, porque Dios da
en cada tiempo la gracia para superar las dificultades y para poder cumplir la
misión encomendada. Conscientes asimismo de que están llamados a dar un fruto
abundante y duradero desde una vida configurada a la cruz del
Señor[105].
7.
Sacerdotes que contemplen con temor y temblor y a la vez experimenten
confiadamente la grandeza y la belleza del ministerio
sacerdotal. Conscientes de que no detentan un oficio más, sino que, a pesar
de ser vasijas de barro, son portadores del ministerio más grande: cambiar la
situación de la vida de las personas pronunciando en nombre de Cristo las
palabras de la absolución; hacer presente al Señor mismo al pronunciar sus
palabras de acción de gracias sobre las ofrendas del pan y el vino; imitar al
Señor en su amor para con todos hasta el extremo, desde la verdad y el bien, en
disponibilidad, austeridad y obediencia, como la expresión más grande del amor
a Jesucristo, como la forma más bella de realizar la vida
humana[106].
8.
Sacerdotes que sean hombres de alegría y esperanza, que transmiten el
gozo de una vida plena, la felicidad del servicio a Dios y a los hermanos. La
historia de cada vocación suele ir unida al testimonio de un sacerdote que vive
con alegría su vocación y es capaz con su palabra y su ejemplo de despertar
interrogantes y suscitar decisiones que se convertirán en compromisos
definitivos[107]. Un sacerdocio que ocupa las veinticuatro horas del día, que
llena todos los espacios vitales, y que desde la profunda vivencia interior se
manifiesta también externamente a través de los signos que la Iglesia propone.
Así lo vivieron el santo Cura de Ars y san Juan de Ávila, y tantos otros
sacerdotes santos que cambiaron el corazón de la gente no tanto por sus dotes
humanas, ni por una estrategia de su voluntad, sino por el contagio, por la
comunicación, por el testimonio de su amistad con Cristo, de un amor apasionado
que llenaba totalmente sus vidas.
Final:
una llamada a la esperanza
Jesús
llamó a los Doce «para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar»
(Mc 3, 14-15). A lo largo de la historia sigue llamando a hombres
concretos para que participen de su sagrada misión. Él es el Señor de la mies y
el Señor de las vocaciones. En la tarea de pastoral vocacional será preciso
reavivar el don del sacerdocio que hemos recibido, renovar la gracia de la
llamada del Señor, la fascinación por su palabra, por sus gestos, por su
persona. Nuestra aspiración será colaborar con Jesús en la difusión del Reino
de Dios, llevar al mundo el mensaje del Evangelio, administrar los misterios de
la salvación como humildes servidores que buscan el bien del Pueblo de
Dios[108].
Nos
hallamos en un tiempo apasionante para vivir el sacerdocio y para trabajar en
la promoción de las vocaciones sacerdotales. Para ello es necesario mantener
clara y manifiesta la identidad sacerdotal y ofrecer a nuestros contemporáneos
el testimonio de que somos hombres de Dios, amigos del Señor Jesús, que
aman a la Iglesia, que se entregan hasta dar la vida por la salvación de los
hombres. Maestros de oración que dan respuesta a los interrogantes del hombre
de hoy, aspirando siempre a la santidad y ofreciendo un testimonio de una
alegría incesante.
Constatamos
que en buena parte de nuestra sociedad se ha perdido el sentido de Dios y tiene
lugar una especie de sequía vocacional progresiva y aparentemente irremediable.
Pero más allá de las apariencias tenemos una certeza clara: la iniciativa es de
Dios, que continúa llamando, y la Iglesia tiene capacidad de suscitar, acompañar
y ayudar a discernir en la respuesta. En nuestras Iglesias locales,
«especialmente en nuestro tiempo en el que la voz del Señor parece ahogada por
“otras voces” y la propuesta de seguirlo, entregando la propia vida, puede
parecer demasiado difícil, toda comunidad cristiana, todo fiel, debería de
asumir conscientemente el compromiso de promover las
vocaciones»[109].
Para
ello hay que salir al encuentro de los niños y de los jóvenes, responder a sus
expectativas, a sus problemas e inseguridades, dialogar con ellos
proponiéndoles un ideal de altura que comprometa toda la existencia, una
elección que comprometa toda su vida. Nuestra tarea consistirá en sembrar, en
anunciar el evangelio de la vocación. Una siembra oportuna y confiada, abonada
con la oración personal y con la oración de toda la Iglesia. Después vendrá el
acompañamiento lleno de paciencia y de respeto. Por último, ayudar a discernir,
a descubrir la voluntad de Dios en la vida de la persona concreta, de tal manera
que dé una respuesta positiva a la llamada de Dios.
Es la
hora de la fe, la hora de la confianza en el Señor que nos envía mar adentro a
seguir echando las redes en la tarea ineludible de la pastoral vocacional.
Pidamos que los jóvenes estén abiertos al proyecto que Dios tiene para ellos y
sean receptivos a su llamada. María, Madre de gracia, de amor y de
misericordia, Madre de los sacerdotes, nos guiará en el camino. Ella será
siempre consuelo, esperanza y causa de nuestra alegría. A su intercesión
maternal nos acogemos.
Índice
Sumario
Introducción
1. El encuentro con Cristo
1.1.
Contexto sociocultural actual
Nuevas oportunidades
Nuevas oportunidades
1.2.
Llamados al encuentro con Cristo
El comienzo de la vida cristiana
El comienzo de la vida cristiana
1.3.
Alentar la esperanza en los jóvenes
El ser humano, en busca de esperanza
El ser humano, en busca de esperanza
1.4.
Educar a los jóvenes en la fe
Fundamentos de la educación en la fe
Fundamentos de la educación en la fe
2. La llamada al sacerdocio
2.1.
La llamada a la vida en Cristo
Dimensión eclesial y comunitaria
2.2. La vocación sacerdotal
2.3. El camino de las mediaciones
El discernimiento vocacional
Dimensión eclesial y comunitaria
2.2. La vocación sacerdotal
2.3. El camino de las mediaciones
El discernimiento vocacional
3. Lugares de llamada y propuestas para la acción pastoral
3.1.
Lugares y ambientes propicios para la llamada
3.1.1. Parroquia y comunidades cristianas
3.1.2. La familia
3.1.3. Instituciones de educación y ámbitos formativos
3.1.4. Eventos diocesanos, nacionales e internacionales
3.1.1. Parroquia y comunidades cristianas
3.1.2. La familia
3.1.3. Instituciones de educación y ámbitos formativos
3.1.4. Eventos diocesanos, nacionales e internacionales
3.2. Algunas propuestas pastorales
Oración
Palabra de Dios
Vida sacramental
Catequesis
Perspectiva de la pastoral con jóvenes: llamada a la santidad
Plantear la vida como vocación
Monaguillos
Actividades lúdico-deportivas
Delegación de pastoral vocacional
Plan Diocesano de pastoral vocacional
Centro Diocesano de pastoral vocacional
Centro Nacional de pastoral vocacional
Palabra de Dios
Vida sacramental
Catequesis
Perspectiva de la pastoral con jóvenes: llamada a la santidad
Plantear la vida como vocación
Monaguillos
Actividades lúdico-deportivas
Delegación de pastoral vocacional
Plan Diocesano de pastoral vocacional
Centro Diocesano de pastoral vocacional
Centro Nacional de pastoral vocacional
3.3.
La fuerza del testimonio
Importancia del testimonio en el anuncio del Evangelio
El valor del testimonio en el evangelio de la vocación
Final: una llamada a la esperanza
Importancia del testimonio en el anuncio del Evangelio
El valor del testimonio en el evangelio de la vocación
Final: una llamada a la esperanza
[1]
Benedicto XVI, Discurso del Santo Padre a los voluntarios de la XXVI
JMJ, Pabellón 9 de la Feria de Madrid-IFEMA; Madrid, 21 de agosto de
2011.
[2]
Benedicto XVI, Discurso del Santo Padre a los jóvenes en la Vigilia de
Oración, aeródromo de Cuatro Vientos; Madrid, 20 de agosto de
2011.
[3]
Así lo había indicado el Santo Padre Benedicto XVI en el discurso que
pronunció a la Plenaria de la Congregación para la Educación Católica el 7 de
febrero de 2011.
[4]
Congregación para la Educación Católica, Orientaciones pastorales para la
promoción de las vocaciones al ministerio sacerdotal, Ciudad del Vaticano,
25 de marzo de 2012.
[5]
Convocado por el Santo Padre Benedicto XVI con ocasión del CL aniversario de la
muerte del santo Cura de Ars y celebrado del 19 de junio de 2009 al 11 de junio
de 2010.
[6]
Benedicto XVI, Discurso a los participantes en el Convenio Europeo sobre la
pastoral vocacional con el tema: “Sembradores del evangelio de la vocación: una
Palabra que llama y envía”, Roma, 4 de julio de 2009.
[7]
Cf. Benedicto XVI, Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI para la XXVI Jornada
Mundial de la Juventud 2011, n. 3; Juan Pablo II, Pastores dabo
vobis, n. 37.
[8]
Conferencia Episcopal Española, La familia, santuario de la vida, n.
25.
[9]
Cf. ibíd., nn. 22, 26.
[10]
Cf. Benedicto XVI, Luz del mundo, Barcelona 2010, p. 75; cf. Conferencia
Episcopal Española, Jóvenes en la Iglesia, cristianos en el mundo en el
tercer milenio (Proyecto Marco de Pastoral de Juventud), Madrid 2007, pp.
34-35.
[11]
Benedicto XVI, Discurso del Santo Padre en la visita a la Fundación Instituto
San José; Madrid, 20 de agosto de 2011.
[12]
Cf. Carta Apostólica del papa Juan Pablo II a los jóvenes y a las jóvenes del
mundo con ocasión del Año Internacional de la Juventud, n. 3; 31 de marzo de
1985.
[13]
Cf. Carta Apostólica del papa Juan Pablo II a los jóvenes y a las jóvenes del
mundo con ocasión del Año Internacional de la Juventud, n. 13.
[14]
Benedicto XVI, encíclica Deus caritas est, n. 30.
[15]
Concilio Vaticano II, constitución pastoral Gaudium et spes, n.
19a.
[16]
Cf. Benedicto XVI, Discurso del Santo Padre a los jóvenes en la Vigilia de
Oración, aeródromo de Cuatro Vientos; Madrid, 20 de agosto de
2011.
[17]
San Agustín, Confesiones I, 1.
[18]
Cf. Juan Pablo II, encíclica Redemptor hominis, Roma 1979, n.
11.
[19]
Benedicto XVI, Deus caritas est, n. 1.
[20]
Cf. Conferencia Episcopal Española, Orientaciones sobre Pastoral de Juventud,
nn. 28-32; Jóvenes en la Iglesia, cristianos en el mundo en el tercer
milenio (Proyecto Marco de Pastoral de Juventud), Madrid 2007, pp.
37-44.
[21]
Benedicto XVI, carta encíclica Spe salvi, 30 de noviembre del
2007.
[22]
Cf. Benedicto XVI, Mensaje a los jóvenes del mundo con ocasión de la XXIV
Jornada Mundial de la Juventud 2009, 22 de febrero de 2009.
[23]
Cf. Benedicto XVI, Mensaje a los jóvenes del mundo con ocasión de la XXIV
Jornada Mundial de la Juventud 2009, 22 de febrero de 2009.
[24]
Cf. Benedicto XVI, Mensaje a los jóvenes del mundo con ocasión de la XXIV
Jornada Mundial de la Juventud 2009, 22 de febrero de 2009.
[25]
Cf. Benedicto XVI, Spe salvi, nn. 32-40.
[26]
Benedicto XVI, Discurso en la Vigilia de Oración con los jóvenes,
aeródromo de Cuatro Vientos; Madrid, 20 de agosto de 2011.
[27]
Cf. Benedicto XVI, Discurso en la Fiesta de acogida de los jóvenes,
Madrid, 18 de agosto de 2011; Discurso en ocasión del encuentro con los
jóvenes en Génova, 18 de mayo de 2008.
[28]
Cf. Benedicto XVI, Spes salvi, n. 27.
[29]
Cf. Benedicto XVI, Discurso a la diócesis de Roma durante la entrega de la
Carta sobre la tarea urgente de la educación, Roma, 23 de febrero de
2008.
[30]
Cf. Conferencia Episcopal Española, Orientaciones sobre Pastoral de Juventud,
n. 25; Jóvenes en la Iglesia, cristianos en el mundo en el tercer milenio
(Proyecto Marco de Pastoral de Juventud), Madrid 2007, pp. 60-62.
[31]
Cf. Benedicto XVI, Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI para la XXVI Jornada
Mundial de la Juventud 2011, n. 3; Discurso a los participantes en la
Asamblea Eclesial de la Diócesis de Roma, Roma, 5 de junio de
2006.
[32]
Cf. Benedicto XVI, Discurso del Santo Padre Benedicto XVI en la Fiesta de
Acogida de los Jóvenes, Madrid, 18 de agosto de 2011.
[33]
Juan Pablo II, Fides et ratio, preámbulo.
[34]
Cf. Benedicto XVI, Discurso durante el encuentro con los jóvenes ante la
basílica de Santa María de los Ángeles, Asís, 17 de junio de
2007.
[35]
Cf. Benedicto XVI, Discurso a los participantes en la Asamblea eclesial de la
diócesis de Roma, Roma, 5 de junio de 2006.
[36]
Cf. Benedicto XVI, Mensaje a los jóvenes del mundo con ocasión de la XXI
Jornada Mundial de la Juventud 2006, 22 de febrero de 2006.
[37]
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1324-1385.
[38]
Cf. Benedicto XVI, Porta fidei, nn. 7.9.15, Roma, 11 de octubre de
2011.
[39]
Cf. Juan Pablo II, Christifideles laici, nn. 57-58.
[40]
Concilio Vaticano II, constitución dogmática Lumen gentium, n.
4.
[41]
Ibíd., n. 40.
[42]
Juan Pablo II, Christifideles laici, n. 16.
[43]
Ibíd., n. 17.
[44]
Ibíd., n. 13.
[45]
Concilio Vaticano II, Lumen gentium, n. 11.
[46]
Cf. Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, n. 52.
[47]
Cf. ibíd., n. 9; Ad gentes, n. 2.
[48]
Cf. Concilio Vaticano II, Lumen gentium, n. 2.
[49]
Cf. Benedicto XVI, Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI para la XLIII
Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, 7 de mayo de 2006.
[50]
Cf. Juan Pablo II, Mensaje del Santo Padre Juan Pablo II para la XXXII
Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, 18 de octubre de
1994.
[51]
Cf. Juan Pablo II, Mensaje del Santo Padre Juan Pablo II para la XXXIII
Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones 15 de agosto de
1995.
[52]
Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, n. 41.
[53]
Benedicto XVI, Mensaje a los participantes en el II Congreso Latinoamericano
sobre Vocaciones, 1 de febrero de 2011.
[54]
Cf. Concilio Vaticano II, Decreto Apostolicam actuositatem n. 3; Juan
Pablo II, Pastores dabo vobis, nn. 34-35.
[55]
Cf. Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, n. 36.
[56]
Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Madrid 2007, p. 208.
[57]
Cf. Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, n. 36.
[58]
Cf. Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, nn. 36-37.
[59]
Cf. Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, n. 16; Juan Pablo II,
Pastores dabo vobis, n. 38.
[60]
Cf. Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, n. 38.
[61]
Cf. Concilio Vaticano II, Decreto Optatam totius n. 2; Juan Pablo II,
Pastores dabo vobis, n. 41.
[62]
Cf. Concilio Vaticano II, Lumen gentium, n. 11 y Decreto Optatam
Totius, n. 2; Comisión Episcopal de Seminarios y Universidades de la
Conferencia Episcopal Española, “Habla, Señor”, Valor actual del Seminario
Menor, Madrid 1998, pp. 33-35; Juan Pablo II, Pastores dabo vobis,
Roma 1992, n. 41.
[63]
Cf. Concilio Vaticano II, Decreto Presbyterorum Ordinis n. 11; Pablo VI,
Alocución en la Audiencia General, 5 de mayo de 1965.
[64]
Benedicto XVI, Homilía en la Vigilia de Oración, Roma, 10 de junio de
2010.
[65]
Cf. Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, n. 10; Juan Pablo II,
Pastores dabo vobis, n. 38. Ver también, Pontificia Obra para las
Vocaciones Eclesiásticas, Nuevas vocaciones para una nueva Europa, Roma
1997, n. 27.
[66]
Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, n. 38.
[67]
Cf. Congregación para la Educación Católica, Orientaciones pastorales para la
promoción de las vocaciones al ministerio sacerdotal, Ciudad del Vaticano
2012, nn. 11.17.
[68]
Cf. Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, n. 39. Ver también, Pontificia
Obra para las Vocaciones Eclesiásticas, op. cit., pp. 103-105.
[69]
Benedicto XVI, Carta a los seminaristas, Roma, 18 de octubre de 2010, n.
7.
[70]
Ibíd.
[71]
Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, n. 41.
[72]
Ibíd., n. 68.
[73]
Cf. Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, n. 68.
[74]
Cf. ibíd, n. 40.
[75]
J. B. Montini, carta pastoral Sobre el sentido moral, 1961.
[76]
Cf. Benedicto XVI, Discurso a la Comunidad de la Facultad Teológica
Pontificia Teresianum, 19 de mayo de 2011.
[77]
Benedicto XVI, Ángelus, 30 de agosto de 2009.
[78]
Cf. concilio Vaticano II, Decreto Optatam totius n. 2; Juan Pablo II,
Mensaje para la XXXI Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, Roma,
26 de diciembre de 1993.
[79]
Cf. concilio Vaticano II, Decreto Optatam totius nn. 4-7; Juan Pablo II,
Pastores dabo vobis, nn. 42. 60-61.
[80]
Cf. Mensaje de los Padres sinodales al Pueblo de Dios (28 octubre 1990), III:
L´Osservatore Romano, 29-30 octubre 1990.
[81]
Cf. Congregación para la Educación Católica, Orientaciones pastorales para la
promoción de las vocaciones al ministerio sacerdotal, Ciudad del Vaticano
2012, n. 15.
[82]
Cf. Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, n. 63.
[83]
Cf. Congregación para la Educación Católica, Ratio fundamentalis
institutionis sacerdotalis, n. 12; Comisión Episcopal de Seminarios y
Universidades de la Conferencia Episcopal Española, “Habla, Señor”, Valor
actual del Seminario Menor, Madrid 1998, n. IV, 7.
[84]
Concilio Vaticano II, Decreto Optatam totius, n. 3.
[85]
Cf. Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, n. 64.
[86]
Juan Pablo II, Carta autógrafa por la que se instituye el Consejo Pontificio de
la Cultura, de 20 de mayo de 1982: Acta Apostolicae Sedis 74 (1982), 685.
L’Osservatore Romano, edición semanal en lengua española,
9-7-1982.
[87]
Benedicto XVI, Discurso en el Encuentro con profesores universitarios
jóvenes, El Escorial, 19 de agosto de 2011.
[88]
Cf. Benedicto XVI, Vigilia con los sacerdotes, Clausura del Año Sacerdotal,
10 de junio de 2010.
[89]
Benedicto XVI, Discurso a los participantes en el Congreso Europeo de
Pastoral Vocacional, 4 de julio de 2009.
[90]
Benedicto XVI, Verbum Domini, n. 77.
[91]
Juan Pablo II, Ecclesia in Europa, n. 76.
[92]
Cf. Benedicto XVI, Discurso durante el encuentro con los jóvenes en Pacaembu,
2007.
[93]
Cf. Benedicto XVI, Mensaje a los obispos italianos reunidos en Asís para
celebrar su 55.ª Asamblea General, 10 de noviembre de 2005. También los
fieles son llamados a colaborar al florecimiento de las vocaciones mediante sus
oraciones al Dueño de la mies (cf. ibíd.).
[94]
Cf. Pontificia Obra para las Vocaciones Eclesiásticas, Nuevas vocaciones para
una nueva Europa, n. 26.
[95]
Juan Pablo II, Carta a los sacerdotes con motivo del Jueves Santo, 2004,
n. 6.
[96]
Cf. Pontificia Obra para las Vocaciones Eclesiásticas, Nuevas vocaciones para
una nueva Europa, n. 26.
[97]
Cf. Conferencia Episcopal Española, Pastoral vocacional de la Iglesia en
España. Instrumento de trabajo, Madrid 1988, pp. 25-26.
[98]
Pablo VI, Evangelii nuntiandi, n. 41, 8 de diciembre de 1975.
[99]
Pablo VI, Discurso en la Audiencia General, 2 de octubre de 1974.
[100]
Cf. Juan Pablo II, Redemptoris missio, n. 42, 7 de diciembre de
1990.
[101]
Cf. Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de Oración por las
Vocaciones, Roma, 13 de noviembre de 2009.
[102]
Cf. Cf. Congregación para la Educación Católica, Orientaciones pastorales
para la promoción de las vocaciones al ministerio sacerdotal, Ciudad del
Vaticano 2012, n. 3.
[103]
Cf. Benedicto XVI, Homilía en la santa Misa con los seminaristas en la
catedral de Santa María la Real de la Almudena, Madrid, 20 de agosto de
2011.
[104]
Cf. Benedicto XVI, Discurso a los participantes en el Convenio Europeo sobre
pastoral vocacional, 4 de julio de 2009.
[105]
Cf. Benedicto XVI, Homilía en la santa Misa con los seminaristas en la
catedral de Santa María la Real de la Almudena, Madrid, 20 de agosto de
2011.
[106]
Cf. Benedicto XVI, Homilía en la santa Misa con los seminaristas en la
catedral de Santa María la Real de la Almudena, Madrid, 20 de agosto de
2011; Homilía de la santa Misa de clausura del Año Sacerdotal, Roma, 11
de junio de 2010.
[107]
Cf. Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, n. 39.
[108]
Cf. Benedicto XVI, Homilía en la celebración de las Vísperas por el inicio
del Año Académico de las Pontificias Universidades Romanas, Roma, 4 de
noviembre de 2011. En esta celebración participaron los asistentes al Congreso
por el 70º aniversario de Pontificia Obra por las Vocaciones
Sacerdotales.
[109]
Benedicto XVI, Mensaje para la XLVIII Jornada Mundial de Oración por las
Vocaciones, 15 de mayo de 2011.