Llamamiento del Sr. Obispo a los jóvenes y a las familias
Queridos diocesanos:
La escasez de vocaciones es un problema grande y doloroso de
nuestro tiempo, también en nuestra diócesis. Sin un número conveniente de
sacerdotes nuestras comunidades eclesiales corren peligro de volverse
desnutridas, porque les falta la Palabra de vida y la Eucaristía que es pan de
vida eterna. ¿Qué hacer? nos preguntamos. La gran tentación es pretender transformar el sacerdocio – el sacramento
de Cristo, el ser elegidos por él – en una profesión normal, en un
empleo que tiene sus horas, y en el que quien ha recibido el sacramento del
Orden se pertenece solo a sí mismo. Convertirlo en una profesión como otra
cualquiera: hacerlo accesible y fácil. Pero se trata de una tentación que no
resuelve el problema porque desnaturaliza el sacramento del Orden.
1. Orar por las vocaciones
Ante una situación como la que estamos viviendo debemos – como
nos invita el Señor – llamar a la puerta del corazón de Dios con nuestra
oración perseverante, para que nos regale nuevas vocaciones. Rezar con gran
insistencia, con gran determinación, con gran convicción también, para que Dios
no se cierre ante una oración insistente, permanente, confiada. Sin
desanimarnos, aunque su intervención se deje esperar más allá de los tiempos
que nosotros hemos previsto.
"La oración por las
vocaciones –decía el santo papa Juan Pablo II- no es ni puede ser fruto
de la resignación, como si pensáramos que por las vocaciones ya hemos hecho
todo lo que estaba en nuestro poder con resultados bastantes escasos y por
consiguiente no nos queda más que rezar. Y es que la oración no es una especie
de delegación en manos del Señor para que él haga lo que tenemos que hacer
nosotros. Es, en cambio, confiar en él, ponerse en sus manos, lo que nos hace
a nuestra vez confiados y dispuestos a realizar las obras de Dios(1)".
2. Vivir el propio sacerdocio de manera convincente y atractiva
Una tarea muy particular de los sacerdotes es vivir nuestro
propio sacerdocio de tal manera que resulte convincente y atractivo para los
adolescentes y jóvenes de hoy. De tal manera que puedan decir: el
sacerdocio es una verdadera vocación, así se puede vivir, así se hace algo
verdaderamente importante para el mundo. Creo que ninguno de nosotros habría
llegado a ser sacerdote si no hubiese conocido algún sacerdote en el que ardía
verdaderamente el fuego del amor de Cristo.
Advertía
el mismo Juan Pablo II: "Si los chicos y jóvenes ven sacerdotes
atareados en demasiadas cosas, presas fáciles del malhumor y la queja,
negligentes en la oración y en las tareas propias de su ministerio, ¿cómo
podrán sentirse fascinados por el camino del sacerdocio? Si, por el contrario,
experimentan en nosotros la alegría de ser ministros de Cristo, la generosidad en
el servicio a la Iglesia, la prontitud en hacernos cargo del crecimiento humano
y espiritual de las personas que nos están encomendadas, se verán impulsados a
preguntarse si acaso no puede ser ésta, para ellos también, la 'parte mejor'
(Lc 10,42), la opción más hermosa para sus jóvenes vidas (2)".
3. Plantear la pregunta vocacional
Hemos de tener el valor de plantear a los jóvenes si se han
preguntado alguna vez la posible llamada de Dios al ministerio sacerdotal. A
menudo una palabra humana es necesaria para abrir la escucha de la vocación
divina. Hablar con los jóvenes y sobre todo ayudarles a encontrar un contexto
vital en el que puedan responder positivamente a esa llamada, si se produce. En
el mundo de hoy los jóvenes necesitan ambientes en los que se viva la belleza
de la fe, en los que aparezca el sacerdocio como un modelo de vida
verdaderamente satisfactorio humana y cristianamente.
4. Exigencias urgentes para nuestra diócesis
En concreto, la pastoral de las vocaciones al ministerio presbiteral
requiere lo siguiente:
· El obispo, los propios seminaristas y los sacerdotes
jóvenes hemos de ser protagonistas y muy activos en la promoción de
vocaciones sacerdotales. No dudemos en comunicar nuestra propia experiencia de
llamados por el Señor, invitando a otros a seguirle también.
· En las parroquias es preciso suscitar o recuperar la
valiosa ayuda de los monaguillos, que ha sido siempre
cantera gozosa de futuros presbíteros, llamando para esta tarea a los niños que
se preparan o acaban de hacer la Primera Comunión. A estos monaguillos hemos de
facilitarles una adecuada formación litúrgica y espiritual de acuerdo con su
edad y los oportunos contactos con el Seminario o pre-Seminario.
· A los muchachos que se preparan para la Confirmación es preciso también
hablarles del sacerdocio ministerial y facilitarles la participación en algunas
convivencias de tipo vocacional. El Seminario de Mondoñedo, las Casas de Miño y
de Lago pueden ser lugares oportunos para ellas.
· Es necesario crear
espacios de oración. Muy eficaces para suscitar la pregunta por la
vocación son los grupos “de oración joven”, que en estos años han empezado a
aparecer entre nosotros. ¿Por qué no se organizan peregrinaciones, ejercicios y
retiros espirituales, etc., en los que, en un ambiente de alegría festiva, de
celebración religiosa y de respeto, surjan relaciones nuevas de amistad en las
que sea posible decir al oído de alguien: “El
Maestro está ahí y te llama” (Jn 11,28)?
· Llevar a los jóvenes a Cristo en las
circunstancias actuales significa ante todo iniciarlos en la oración
personal. Hoy los jóvenes se ven rodeados de ruido, les gusta el bullicio
y no saben escapar de ese clima. Aceptan con mucha facilidad participar en
oraciones comunitarias, pero la oración que lleva a descubrir más profundamente
la llamada de Cristo es la oración personal, silenciosa, oculta. Pienso que hoy
falta sobre todo este tipo de oración entre los jóvenes.
· El trabajo vocacional radical y primario es el trabajo con las familias. Si
queremos vocaciones, debemos cultivar las familias, formar novios y luego
padres de familia que ayuden a sus hijos a encontrar sentido a la vida humana,
que transmitan la fe y estimulen a sus hijos a preguntarse: ¿Qué quiere el
Señor de mí? Los padres han de ser, en primer lugar, ejemplo de generosidad,
gratuidad, apertura hacia los demás, y especialmente hacia los más necesitados.
· Es de suma importancia la
Eucaristía, pues alimenta, vivifica y hace madurar la semilla de la
vocación. A los jóvenes hay que presentarles el misterio eucarístico en
toda su riqueza y profundidad. Es necesario impulsarlos a participar en ella
consciente y activamente, ayudándoles a encontrar en la Eucaristía la fuerza
para su itinerario espiritual. De ahí la urgencia de subrayar que debe ser
realmente el culmen y la fuente de su vida.
· El sacramento de la confesión, por desgracia en algunas naciones muy descuidado,
asume una importancia decisiva con vistas a la conversión del corazón y a un
progresivo y constante crecimiento en la intimidad con Jesús, en la
identificación con él, en el seguimiento radical.
· La dirección espiritual es otro aspecto en el que conviene poner atención,
especialmente en el actual contexto de incertidumbre. La misión del director
espiritual consistirá en ayudar al joven a interiorizar su elección, a
madurarla profundamente y a considerarla como compromiso definitivo posible
para su vida. "
· La atención siempre dirigida a
María, Reina de los apóstoles, estimulará a los jóvenes a la oración, para
que el Señor les conceda, por la intercesión de su Madre, la perseverancia en
la vocación.
Con mi afecto y mi bendición
† Manuel Sánchez Monge, obispo de Mondoñedo-Ferrol
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(1) JUAN
PABLO II, Discurso a los párrocos y clero de Roma [15.02.02] : Ecclesia 3091
(9.03.2002) 36(2) JUAN PABLO II, Disurso a los párrocos y clero de Roma [15.02.02] : Ecclesia 3091 (9.03.02) 36
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