Juan Pablo Alonso Rolle y Óscar Fernández Expósito fueron ordenados diáconos el pasado 9 de Mayo en una celebración eucarística presidida por Mons. Manuel Sánchez Monge, obispo de nuestra diócesis. Desde la Delegación de Pastoral Vocacional hemos querido hacerles esta pequeña entrevista que compartimos aquí, en el blog, para todos vosotros y que ellos respondieron gustosamente.
Que el Señor les ayude en su nuevo ministerio diaconal y, si Dios quiere, pronto en el presbiteral.
FELICIDADES !!!!
Juan
Pablo, Óscar; ¿ha merecido la pena todo lo que habéis dejado atrás por vuestra decisión de
entrar en el seminario?
JUAN PABLO: Es cierto
que al principio, todo lo que tenía me hacía pensar si compensaría entrar en el
seminario: mi casa, mi trabajo, mis amigos cercanos, mis mascotas y el vivir
cerca de mi familia entre otras cosas, pesaban mucho en una parte de la balanza
que me invitaba a seguir adelante con mi vida y mis propias seguridades.
Para ver
desde la cima, debía subir la montaña, y para subir la montaña, no se puede ir
muy cargado.
Con el
tiempo, y la vivencia de la oración y la vida del seminario, me di cuenta de
que con Dios no tienen lugar los negocios. No se puede negociar el amor. Dios
me lo pedía todo, y el me lo daría todo.
Sinceramente
añoro algunas cosas, como mis paseos con el perro o andar en bici, pero sin
duda alguna a día de hoy, lo volvería a hacer. Es mucho más lo que recibí por
lo que deje atrás. Para ver desde la cima, hay que subir la montaña, y para
subir la montaña, no se puede ir muy cargado.
ÓSCAR: Sin lugar a dudas, SÍ. Y no sólo lo que he dejado
atrás (que ha sido poco, pues entré con 17 años) sino lo que he dejado
adelante, si es que se puede hablar de esta manera. No quiere decir que
determinadas renuncias no sean especialmente dificultosas, sobre todo en
algunos momentos. Pero es mucho más grande el don recibido y, junto con el don,
la tarea.
Habéis pasado por un proceso de formación de unos años en el Seminario y ahora os
ordenasteis diáconos. ¿Qué
significa este paso para vosotros y para vuestra vida?
JUAN PABLO:
Mi etapa
del seminario ha sido una de las épocas más felices y fructíferas de mi vida.
He sido capaz de estudiar una carrera, convivir con mucha gente y adquirir unos
hábitos de vida comunitaria que a mis ya treinta años no podría fomentar en
ningún otro ámbito.
En el
seminario, mi vocación adquirió forma y contenido, madurez y sentido pleno, y a
día de hoy, se manifiesta en mi ordenación como
diácono de Jesucristo para el servicio de sus comunidades.
ÓSCAR: A decir verdad, no lo sé plenamente. Yo, en medio de
mis muchas limitaciones, he intentado decir «hágase». Lo que sí es seguro es
que este paso que he dado en un breve momento (y que culmina a su vez todo el
proceso de los años de seminario) cambia mi vida, la asienta en una opción
vital, y me pone en una dirección en la que ya nada será igual, aunque las
cosas permanezcan esencialmente idénticas. Simplemente pienso que soy servidor,
diácono del Señor, y -si Dios quiere- pronto sacerdote; que mi vida ya no es
del todo mía, sino suya, y que estoy dispuesto a ir a dónde me lleve. Sé, al
mismo tiempo, que este paso no ha cancelado mi libertad, sino que le ha dado un
punto de apoyo y una seguridad.
¿Cómo
tiene que ser el sacerdote hoy? ¿Para qué os ha llamado el Señor a esta
vocación?
JUAN PABLO:
El
sacerdote de hoy ha de ser imagen de Cristo. Ha de ser una luz en el mundo
actual, un hombre que sane y cure a la sociedad herida por la falta de amor y
caridad. El hombre que anuncia las Bienaventuranzas, la salvación de los
pobres, la verdad y la vida eterna que el Señor nos ha prometido.
Ha de ser
un hombre encarnado en el mundo, cercano, afable y cariñoso con corazón de pastor, pero a su vez no ha de ser
un hombre mundano, apegado a las cosas baratas que poco duran.
Hermano de
todos, el sacerdote ha de trabajar sobre todo por la fraternidad sacerdotal y
el apego a la gente de su tierra. Hombre de oración y estudio, que busque y
encuentre a Dios vivo todos los días.
ÓSCAR:
La
pregunta es complicada. No soy yo tan sabio y santo como para dar una receta,
que dudo que las haya. Creo que es algo que tenemos que ir descubriendo entre
todos, y poco a poco. Las líneas fuerza nos las vienen marcando Benedicto XVI y
Francisco, aunque después cada uno tenga que hacerlo realidad a su manera y con
su estilo. Tiene que ser un enamorado del Señor y alguien dispuesto a
entregarse a sus hermanos, que no se crea más que nadie, sino que ayude a todos
a encontrar a Dios. Creo que tiene que ser alguien, ante todo, muy humano (en
el buen sentido), lleno de entrañas de misericordia y que a su vez cumpla
intachablemente con su cometido, sin medias tintas.
Respecto
a para qué me ha llamado el Señor... Espero ir descubriéndolo. Cuál sea mi
misión personal en este mundo y por qué el Señor parece haberla ligado al
ministerio sacerdotal aún me resulta un misterio. Pero, supongo que ahí está la
aventura. La Virgen tuvo la misión más importante del mundo -después de la de
Cristo-, pero ella en su vida seguramente no fue consciente de todo lo que
significaba. Sólo confiaba y se ponía en manos de Dios. A mí me gustaría hacer
parecido, sobre todo sabiendo que mi confianza es muy pobre y que necesito ser
continuamente afianzado.
Y vuestros familiares, amigos… ¿Cómo llevan esto de tener un hijo o un amigo que
va para cura?
JUAN PABLO:
La verdad
es que muy bien. Pasaron de la sorpresa, al respeto, y ahora están en el entusiasmo. Mis padres y demás
familia, al igual que varios amigos han sido ayuda impagable durante mi
estancia en el seminario, aportando asistencia económica, palabras de aliento, cuidando mis animales, y así un
larguísimo etcétera. Rezo por ellos, y
son parte viva de mi vocación.
La
comunidad de San Bartolomé Cariño, mi pueblo natal, junto con su párroco Don
Paco, han sido un grandísimo apoyo con su oración y cercanía.
Con alegría y agradecimiento pude observar como
chicos amigos míos han pedido día libre en el trabajo, o incluso, cambiado
fechas de exámenes, para poder acompañarme en mi ordenación diaconal. Han sido
muchísimas personas de diversa índole las que me han felicitado, y me han
mostrado sus buenos deseos.
ÓSCAR: Pues
creo que, por lo general, felices, aunque no falten quienes sientan pena...
Aunque yo creo que en lo hondo se sienten contentos, o en todo caso, lo estarán
con el tiempo.
Una
cosa que nos ha sorprendido de la celebración de la ordenación es que media
Catedral estaba llorando... Sea de emoción, sea de alegría... Para mí es como
un signo, incluso como un signo de los tiempos pronunciado para nuestra
diócesis, que ha ordenado diáconos a sus dos últimos seminaristas (últimos, que
non «derradeiros»). Esta gente, que no ha dejado de derramar una lágrima, me
recuerda, por un lado, el amor que nos profesan, pero también, junto con el
dolor de quien entrega a un ser querido -con lo que pueda suponer de pérdida o
de cambios-, la alegría por aquellos a quienes se ha concedido un gran son y
una gran tarea. Creo que consciente o inconscientemente, y en unos más y en
otros menos, esas lágrimas son reveladoras de la alegría por la Diócesis y por
la Iglesia universal; alegría por el mundo, que tiene a dos heraldos más del
Evangelio de Jesucristo... Y al mismo tiempo súplica al cielo, porque el mundo,
y nuestro mundo concreto, tiene sed de Dios y pide que envíe obreros a su mies.
Si
algún joven o no tan joven está pensando en ser sacerdote, ¿Qué le diríais?
JUAN PABLO: Primeramente
que no tenga prejuicios hacia la Iglesia y que no cierre las puertas a la
llamada del Señor. Que rompan los estereotipos y no se marque pautas, hoy las
vocaciones surgen de mil maneras y cada persona llevará su formación,
acompañamiento e itinerario personal adaptado a su realidad vital.
Dios llama
siempre, donde quiere y como el quiere.
Basta una
simple mirada a la Escritura para ver que Dios se sirve de muchos caminos, y
Dios no mira como miran los hombres: llamó a Abraham, hombre anciano y estéril,
y lo hizo padre de todos los creyentes; a Moisés, un desterrado tartamudo,
quien sacaría al pueblo de Dios de Egipto; a Jonás, un hombre ridículo y
humanamente inútil, que llevaría a la conversión a la enorme ciudad de Nínive;
llamó al Sabio Salomón, a reyes, a sabios, profetas y pobres; y así una
interminable lista de hombres y santos: ¿Por qué no puede llamarte a ti?
ÓSCAR: Pues,
primero, que es muy afortunado y que debe tener un alma buena, para en estos
tiempos plantearse esta posibilidad. Y, segundo, que se dé la oportunidad a sí
mismo, y que se la dé a Dios y al mundo, de comprobar si realmente este puede
ser su camino. Que se ponga en manos de un buen acompañante espiritual y que le
pongan en contacto con el rector del seminario. Nadie le va a hacer cura en el
momento, ni le van a quitar nada, pero puede que el Señor llene su vida y la de
muchos a través suyo.
Si queréis ver sus reseñas biográficas, PINCHAD AQUÍ.
Si queréis ver el álbum fotográfico de la celebración, PINCHAD AQUÍ.
Genial la entrevista. Ánimo en vuestro camino vocacional. Saludos.
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