martes, 3 de febrero de 2015

Nuevo escrito del Sr. Obispo sobre las Vocaciones

El testimonio gozoso de los sacerdotes indispensable en la Pastoral Vocacional
 
Me propongo animar periódicamente el trabajo en la pastoral de las vocaciones. En mi escrito anterior sobre pastoral vocacional os hablaba de la importancia del acompañamiento espiritual, hoy me refiero a la importancia del testimonio gozoso de los sacerdotes: “Sabemos cuán difícil es hoy esta propuesta y cuán tentadora la alternativa del desaliento cuando el trabajo parece inútil. La pastoral vocacional constituye el ministerio más difícil y más delicado. Pero también querríamos recordar que no hay nada más a propósito que un testimonio apasionado de la propia vocación para hacerla atractiva. Nada más lógico y coherente en una vocación que engendrar otras vocaciones; lo que os convierte con todo derecho en padres"(1).

Partimos de una convicción fundamental basada en la experiencia: El papel de los sacerdotes es indispensable en la pastoral vocacional. No hay nada más apropiado que un testigo apasionado de la propia vocación para hacerla atractiva, y nada más lógico y coherente en una vocación que engendrar otras vocaciones. El testimonio del sacerdote es el capital vocacional más importante. En la pastoral vocacional sin duda desempeña un papel importante el ministro ordenado con su fe y su vida. Ante la comunidad cristiana debe ser el primero en anunciar la vocación sacerdotal. Él está llamado a ser el testigo visible de la respuesta a la llamada del Señor a seguirlo en la entrega total. Gracias a su testimonio de vida sacerdotal, los fieles, y particularmente los jóvenes, experimentan el gran don de la presencia de Dios en medio de su pueblo. En el ejercicio de su ministerio ven reflejada la acción de Jesús, buen Pastor.
 
Por tanto, su testimonio debe ser, ante todo, una manifestación gozosa de su adhesión a Jesús, el Señor. Su ser y actuar «in persona Christi» debe expresar su consagración a El como persona fascinada por el misterio del Maestro y conquistada por su mirada y por su palabra. La vida del sacerdote debe ser una alabanza continua por el don recibido, una acción de gracias diaria por las maravillas realizadas por el Señor en él y a través de él. Quien se acerque al sacerdote debe percibir su pasión por la vocación sacerdotal, su amor profundo a Jesús. El presbítero debe reflejar la belleza y la alegría que derivan del hecho de que vive en Cristo y para Cristo; debe manifestar el sentido de plena realización, también humana, que tiene su existencia. Su vivir en concordia con sus hermanos sacerdotes y su celo por la evangelización del mundo son el factor primero y más persuasivo de fecundidad vocacional. Su vida de oración, la intensidad espiritual con que celebra la santa Misa y administra los sacramentos, el modo como anima a la comunidad cristiana, deben reflejar su fe viva y sincera. Así se irradia también el ejemplo que fascina a los jóvenes a percibir que realmente vale la pena comprometerse de por vida en el sacerdocio ministerial.
 
Cada uno de nosotros –proponía el papa Benedicto- debería hacer lo posible para vivir su propio sacerdocio de tal manera que resultase convincente, de tal manera que los jóvenes puedan decir: esta es una verdadera vocación, así se puede vivir, así se hace algo esencial para el mundo. Creo que ninguno de nosotros habría llegado a ser sacerdote si no hubiese conocido sacerdotes convincentes en los que ardía el fuego del amor de Cristo. Por tanto, este es el primer punto: intentemos ser nosotros mismos sacerdotes convincentes"(2).
 
Estos son los sacerdotes que necesitamos. Las vocaciones surgen a través de modelos de identificación, que son los pro-vocadores de las nuevas vocaciones. Allí donde hay presbíteros y religiosos que aportan un testimonio claro y gozoso de su vocación y, como consecuencia, se interesan por la pastoral vocacional de la Iglesia, surgen nuevas vocaciones al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada. El testimonio de los que ya viven una vocación de especial consagración debe preceder incluso a la primera propuesta y presentación de las vocaciones a todos los miembros de la comunidad eclesial.
 
En la pastoral vocacional se han de hacer llamadas explícitas. Y en cambio hemos de constatar que nuestras propuestas vocacionales son frecuentemente tardías, pusilánimes y poco interpelantes. Nuestra timidez en la propuesta vocacional procede a veces de una especie de miedo que experimentamos a no respetar suficientemente la libertad del llamado. Nos olvidamos, en primer lugar, de que se trata de proponer y no de imponer. Y en segundo lugar, de que -en todo caso- se trata de contrarrestar los influencias negativas de la sociedad actual de cara a una acogida favorable de la vocación a la consagración a Dios y al servicio de los hermanos.
 
Acojamos con cariño y empeño, hermanos sacerdotes, la invitación que nos hacía el santo papa Juan Pablo II: “Ha llegado el tiempo de hablar valientemente de la vida sacerdotal como de un valor inestimable y una forma espléndida y privilegiada de vida cristiana. Los educadores, especialmente los sacerdotes, no deben temer el proponer de modo explícito y firme la vocación al presbiterado como una posibilidad real para aquellos jóvenes que muestren poseer los dones y las cualidades para ello. No hay que tener ningún miedo de condicionarles o limitar su libertad; al contrario, una propuesta concreta, hecha en el momento oportuno, puede ser decisiva para provocar en los jóvenes una respuesta libre y auténtica. Por lo demás, la historia de la Iglesia y la de tantas vocaciones sacerdotales, surgidas incluso en tierna edad, demuestran ampliamente el valor providencial de la cercanía y de la palabra de un sacerdote. No sólo de la palabra, sino también de la cercanía: de un testimonio concreto y gozoso capaz de provocar interrogantes y conducir a decisiones definitivas"(3).
 
† Manuel Sánchez Monge, obispo de Mondoñedo-Ferrol
 
 

[1]Congreso Europeo sobre las vocaciones, n.6.
[2]BENEDICTO XVI, Vigilia de clausura del Año sacerdotal, 10.06.2010.
[3] JUAN PABLO II, PDV, 39.
 
 
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